"Conducido por el Espíritu al desierto"(Mt 4, 1-11)

Comenzamos la Cuaresma, camino hacia la Pascua. Como a Israel, este camino nos lleva, en este primer domingo, al desierto. Nos invita al encuentro con nosotros mismos, “en una soledad sin caminos”, sin carriles prefijados; para que busquemos orientación, para que tracemos nuestro rumbo. Como hizo también Jesús, al comienzo de su misión.

Jesús enfrenta en el desierto sus tentaciones, que irán apareciendo a lo largo de su vida. Y que están conectadas con las tentaciones originarias del ser humano, presentadas en el relato del Génesis, lleno de simbolismo. Podemos centrar nuestra atención en muchos detalles y alusiones, que ofrecen pistas para reflexionar: la seducción del mal que sutilmente embauca; el hecho de que promete lo más apetecible, y lleva a la desnudez, a la indignidad (y a un nuevo error, que es esconderse de Dios)… Y aquella palabra de la serpiente: “Seréis como Dios”, engañosa, porque... ¿qué sabemos, realmente, de cómo es Dios?

Las tentaciones de Jesús tienen que ver, precisamente, con cuál pueda ser el camino de Dios en el mundo. Así, aparecen, como trampas, el poder (que lleva a postrarse ante Satanás: ahí se pueden resumir tantas historias de violencia, de opresión, de muerte...); la posibilidad de manejar las fuerzas del mundo para conseguir lo que se quiera; y la pretensión de caminar sin tropiezos, de ser un Mesías de éxitos, que no conozca el fracaso. De fondo, se puede adivinar el deseo (tan frecuente, tan humano) de eludir nuestras limitaciones humanas, el sueño de un "atajo divino" que nos ahorre todo eso.

Y las respuestas de Jesús revelan la lucidez y fidelidad al Padre ("Al Señor tu Dios adorarás, a Él solo darás culto") con que el Hijo de Dios ha asumido su misión. Su disponibilidad para buscar la voluntad del Padre ("no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"). Su decisión de asumir nuestra realidad humana, que pasa por el sufrimiento y la muerte, sin "tentar a Dios", sino confiando en su amor, para que el Padre pueda trazar su camino, que es misterioso: es a la manera de Dios y con una plenitud que no entraba en nuestros cálculos. El Mesías, el Hijo de Dios, se hace Siervo y se entrega por amor, para que tengamos vida en abundancia. 

Las respuestas de Jesús son inspiradoras para nosotros, que también somos tentados (y a veces, sin darnos cuenta). El Espíritu que guió a Jesús al desierto también nos invita a nosotros a pararnos, a encontrarnos a solas con nosotros mismos, para identificar nuestras tentaciones (las que ya conocemos y las más que se pueden camuflar de forma más sutil), para enfrentarlas con lucidez. Para encontrar el camino de Dios en nuestra vida.


 Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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