"Este es mi Hijo, el amado.Escuchadlo"

 


El primer domingo, la Cuaresma nos lleva al desierto, para encontrarnos con nuestra realidad, discernir nuestros caminos. En este segundo domingo, nos lleva al monte, lugar del encuentrocon Dios. Nos invita a una experiencia de oración, como la de Pedro, Santiago y Juan que "vieron su gloria" (Lc 9, 32. Una gloria que no es algo "ajeno a este mundo" ni tampoco es el brillo de los "grandes" de este mundo: es el amor de Dios que se manifiesta dando vida, dando la vida y haciéndola crecer). 

Mateo señala que esta escena acontece "seis días después" (Mt 17,1) de que Jesús comience a "manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir... ser matado y resucitar" (Mt 16, 21) e indique que "si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga" (Mt 16, 24). El camino de Jesús, para los discípulos, se ha vuelto desconcertante y oscuro. Y en este momento, se manifiesta la luz que, sin embargo, lleva dentro ese camino, la luz que resplandece en su rostro y en sus vestidos. Es un atisbo de la luz de la resurrección, que los discípulos aún no son capaces de comprender (Mc 9, 10. Y el verdadero y profundo sentido de la resurrección, de la Vida Nueva de Jesús, también nos sobrepasa a nosotros).

Además, Jesús aparece en diálogo con Moisés y Elías. Su palabra y su vida "dialogan" con la Ley y los Profetas, con toda la Revelación anterior de Dios, a la que Jesús ha venido "a dar plenitud" (Mt 5,17). La voz del Padre refrenda que Jesús es el Hijo, y quien realiza plenamente lo que el Padre quiere: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadlo". Ese "escuchadlo" es como un eco del primer mandamiento de Dios a su pueblo ("Escucha, Israel"). Es una palabra para nosotros, invitados a afinar el oído en este tiempo cuaresmal para escuchar a Dios en su Palabra, y también en nuestro interior, y en la realidad de las personas y el mundo que nos rodean. 

Una escucha que no cede a la tentación de "quedarse en el monte" ("haré tres tiendas..." Mt 17,4) en el goce de la experiencia de Dios. En seguida, Jesús llama al discípulo a levantarse, sin temor, y bajar a la llanura, al día a día, donde ha de seguir su camino. En realidad, ese camino cotidiano, con sus encuentros, tareas y dificultades, es la otra parte de la experiencia de Dios, menos llamativa pero igualmente llena de consistencia. 

Se nos invita a cultivar tiempos y espacios para el encuentro a solas con Dios, para atisbar su luz. Y ello, para que esa luz nos guíe en medio de lo cotidiano, para aprender a encontrarlo y seguirle en todo. Para saber, apoyados e inspirados en Él "tomar parte en los duros trabajos del Evangelio" (2 Timoteo 1,8). De esta forma, como dice también Pablo, "todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos" (2 Cor 3,18)

"La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. (…). Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades.

 El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual"

(Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2023)


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