Las lecturas nos ayudan a situar esta palabra de Jesús, que se enmarca en la vocación del pueblo de Dios: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Levítico, 19,1). Y que, a la vez, lleva a plenitud (y completa, corrige) aquella Ley que Dios dio a su pueblo a través de Moisés. Es una sabiduría que no es de este mundo, y que ante el mundo puede parecer necedad.
Las expresiones que Jesús usa para superar la ley del Talión nos resultan chocantes. Parece que en su contexto tenían significados precisos (por ejemplo, un soldado romano, cuando lo trasladaban, podía exigir a cualquiera que cargara con su equipaje, pero una sola milla. Lo que sugiere que, si lo acompañaba más distancia, de alguna manera lo ponía en aprieto o en evidencia). Forman parte de la forma de hablar de Jesús, son expresiones tajantes que expresan la radicalidad de su propuesta. Ante la violencia, hemos de encontrar otra manera responder, una manera que abra caminos a la solución de los conflictos, que interpele al otro, para despertar su conciencia... Como en otros textos que venimos escuchando estos domingos, el mejor comentario y explicación los encontramos en el mismo Jesús. En Él encontramos la actitud de dignidad y de paz de quien, ante las ofensas y la violencia con que se le ataca, se sabe sostenido por el Padre, y sigue tendiendo una mano que conduce a la verdad y el amor.
Jesús nos llama a la perfección de Dios, que ama a todos. Que quizás es diferente de las perfecciones que nosotros pensamos. Lucas, certeramente, la traduce como misericordia: "sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36). Es el camino para ir construyendo una nueva humanidad, para superar las espirales de odio y violencia que, ojo por ojo, nos pueden dejar ciegos. Es parte fundamental del Reino de Dios. Una vez más, ese "como" (como vuestro Padre) no es meramente comparativo, sino que nos habla de participar en la vida de Dios. Viviendo el perdón, esforzándonos en ensanchar nuestro corazón para amar a todos, vamos entrando en el corazón de Dios, vamos realizando el ser hijos de Dios. Y, por su parte, es la experiencia de su amor la que nos hace capaces de todo esto.
No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la
misma misericordia adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios,
deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien
con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho,
adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar
alguno”.
Teresa de Jesús, Camino de
Perfección, 36, 12
"Yo sé, Señor, que tú no mandas nada
imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien
que yo nunca podré amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en
mí. Y porque querías concederme esta gracia, por esto diste un mandamiento
nuevo...¡Y
cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú
en mí a todos los que me mandas amar...!
Sí,
lo sé: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más
unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas..."
Teresa
de Lisieux, Historia de un alma, Ms
C, 11-12
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