sábado, 3 de diciembre de 2022

"Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3, 1-12)


El Adviento nos habla de una esperanza que es fuente de consuelo, como nos apunta san Pablo (Rom 15,4), anuncio de una realidad nueva, con la hermosura que transmite la profecía de Isaías (Is 11, 1-10). Y no se trata de una mera ensoñación poética: Dios viene, y su reinado está cerca, aunque de momento sólo lo veamos parcialmente realizado. 

Por eso mismo, porque esta esperanza es apertura a una realidad, implica un cambio en nuestras vidas. La esperanza nos llama a la conversión. El Reino de Dios está cerca, pero para entrar en él, para que él se haga presente en nuestro mundo, hay un paso que nos corresponde a nosotros. La figura de Juan el Bautista nos habla de esa exigencia de preparar el camino a aquél que viene a nosotros, de remover los obstáculos que impiden que llegue. Y de dar frutos de conversión: no basta con ser creyentes (hijos de Abraham), ni miembros del pueblo escogido, ni con hacer un gesto o participar en un rito.

Juan anuncia ese Reino y apunta a quien vendrá tras Él, con un bautizo de Espíritu Santo. La conversión implica también una actitud de escucha, de disponibilidad para acoger esa realidad nueva que trae el Espíritu, y que (como veremos el próximo domingo) descolocará al propio Juan, que anunciaba un juicio riguroso y encontró un Mesías que refleja la misericordia entrañable de un Padre. 

La segunda lectura, en línea con esa misericordia, nos ofrece una pista de conversión: la acogida mutua, la búsqueda de la concordia, y sugiere el ejemplo de Jesús que se sometió a la ley (incluso la circuncisión), para llevarnos a todos más allá de la ley, al ámbito del amor gratuito de Dios. En estos tiempos, puede ser una propuesta concreta el rebajar crispación, cultivar la acogida y la escucha mutua, acercarnos a personas de nuestro entorno (familiares, por ejemplo) que van quedando alejadas...


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