"He venido a prender fuego" (Lc 12, 49-53)

 


Poco antes, Pedro preguntaba a Jesús: "Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?" (Lc 2, 41). Ahora, Jesús habla del alcance que tienen sus palabras para el mundo entero y para sí mismo, de la radicalidad de su mensaje, que viene "a prender fuego a la tierra", y que para Él ha de significar la angustia de entregar la vida en la cruz (entrega a la que alude al hablar de su bautismo).

Puede resultar sorprendente que Jesús diga "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división" (Lc 12, 51). El, que dice "la paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14, 27) propone el perdón y el amor incluso a los enemigos (Mt 5, 44), y habla de Dios como Padre. Jesús, en este pasaje, utiliza una forma de hablar de su tiempo y su pueblo (que ya aparece también en la vocación de Isaías, Is 6,10). Expresa en forma de finalidad ("he venido a") lo que acontece como resultado de la misión. Es decir: no es la intención de Jesús, ni del Padre, provocar el enfrentamiento entre personas; pero, tal como es el mundo, inevitablemente va a aparecer esta división como consecuencia de la predicación de Jesús, que "será como una bandera discutida" (Lc 2, 34). Las primeras comunidades, que vivieron con frecuencia la incomprensión y el rechazo de los más cercanos ante la conversión al mensaje de Cristo, tuvieron experiencia de estas palabras. 

El mensaje y el amor de Jesús es fuego que quiere purificar las estructuras de este mundo, con frecuencia corrompidas por la soberbia, la codicia y la indiferencia, propuesta radical de cambio que no podrá menos que chocar con los intereses e inercias del mundo, como le pasó a Jesús. Es fuego como el del Espíritu, fuente de luz y de renovación. Es expresión del amor de Dios, "llamarada divina" (Cantar, 8,6), de su pasión por la humanidad ("como fuego ardiente encerrado en mis huesos", decía Jeremías, 20,9), que impulsaba a Jesús a curar, y a denunciar las mentiras e injusticias, y a llamar a la conversión. 

Al fin, es en Jesús donde mejor encontramos el significado del Evangelio que hoy escuchamos: en la radicalidad de sus gestos y sus palabras, que encendían una forma nueva de vivir. En la  fidelidad con la que Él transmitió el amor del Padre a todos, sin echarse atrás ante el rechazo que encontró contra su mensaje y su persona. En la actitud de no-violencia, de perdón (de sembrar paz, en medio de todo), con que Él afrontó la persecución y la cruz. El Evangelio (y la carta a los Hebreos, 5,8) nos deja ver que asumir esto, para Él, fue también un camino, en que experimentó "angustia". Y la carta a los Hebreos (12, 1-4) nos lo propone como maestro (y apoyo) para nuestra fe, que es camino de confianza a través de las situaciones que nos toca afrontar en la vida ("la carrera que nos toca"): es "el que inició y completa nuestra fe" (Heb 12, 2). 

El Evangelio nos invita hoy, en fin, a acercarnos, con nuestras contradicciones, a este fuego que Jesús viene a traer. A tomar conciencia de las tibiezas, de las "componendas" y discordancias que necesitamos ir purificando. A poner ante Él también las dificultades y oposiciones que tal vez encontramos al vivir la fe en nuestro entorno, y pedirle ese amor suyo, creativo (y paciente) que tal vez necesitamos para sobrellevarlas e incluso convertirlas en fuente de vida. Nuestro bautismo nos une al bautismo que hoy menciona el Evangelio: a la entrega de Jesús, vivificadora; a su Resurrección y a la fuerza renovadora del Espíritu que Él nos transmite.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

(Imagen: http://depositphotos.com

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