Esto es algo que tiene una dimensión de presente y de futuro: vamos dando pasos hacia una plenitud que aún no tenemos, que Dios nos regalará. Como aquellos patriarcas que nos recuerda la carta a los Hebreos, que vivieron como peregrinos, orientados por unas promesas que los superaban y que no llegaron a ver realizadas (Heb 11), pero que resultaron ciertas. Implica una actitud de esperanza. La parábola que Jesús utiliza, esta vez, nos habla de una espera en la noche, una espera que no sabe precisar cuándo ni cómo llegará su señor. Pero que no se relaja, no se descuida, sino que se mantiene vigilante: con las lámparas encendidas y con la cintura ceñida (como celebraron la Pascua los judíos, prontos para ponerse en camino, la noche en que Dios los liberó de la esclavitud en Egipto, de la que habla Sab.18, 6-9). Una espera, por otra parte, envuelta en gozo, porque el Señor vuelve de una boda. Y destinada a una sorpresa: el Señor mismo va a servirlos. Lo que, precisamente, hizo Jesús en la Última Cena: se ciñó y realizó el acto de servicio más humilde, expresión del amor con que nos daría la vida.
El Evangelio nos invita a una actitud vigilante. El Señor llegará cuando menos lo pensamos. No se refiere solo al final de nuestra vida o de los tiempos. Es que Él sale a nuestro encuentro, muchas veces, en el momento y de la forma más inesperada. A veces, un momento crucial para nuestra vida llega sin anunciarse, sin darnos tiempo a prepararnos, y pide nuestra respuesta. Dios viene a nosotros y necesitamos estar atentos para abrirle, "apenas venga y llame". Nos invita a preguntarnos a qué actitudes tenemos que ceñirnos (y ese ceñirse, en la Biblia, tiene que ver con estar dispuestos a ponernos en camino, y con servir). Qué lámparas hemos de encender, para mantenernos despiertos, para iluminar nuestro camino y ser luz en nuestro mundo. Dónde ponemos nuestro corazón
Y todo ello, desde la confianza: Con el salmo nos reconocemos dichosos, como miembros del pueblo que se ha escogido como heredad Dios, que tiene puestos sus ojos en los que esperan en su misericordia. Jesús nos invita a una espera confiada: somos un "rebaño" pequeño, pobre, pero Dios, por su amor, nos da su Reino, su presencia que lo renueva todo. Y en la Eucaristía, Él ya se ciñe y nos va sirviendo, entregando su vida.
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