Esta fiesta nos invita a la alegría, a la esperanza, a una mirar el mundo y la vida y descubrirlos llenos de la luz de Dios. Contemplamos a María participando plenamente, en cuerpo y alma, de la Resurrección de Cristo. Ella, nuestra madre, llena de felicidad porque ha vivido llena de fe (Lc 1,45), va delante de nosotros, y nos muestra hacia dónde se dirige nuestra vida. Como dice San Pablo, "Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos" (1 Cor 15,20). Unidos a Él por el bautismo, unidos a Él como seguidores y amigos suyos, participaremos de esa plenitud de vida que nuestras palabras no alcanzan a describir.
María nos muestra cuál es el destino que Dios nos ofrece, y también nos muestra cómo encaminarnos a Él, cómo abrir nuestro vivir para recibir esa plenitud, para dejarnos iluminar, ya desde ahora, por ella. En el Evangelio de la vigilia (Lc 11, 27-28), el propio Jesús tomaba una alabanza hacia su madre ("dichoso el vientre que te llevó...") y la reorientaba hacia la raíz de la bienaventuranza de María, que está también a nuestro alcance: "mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". Hoy, Isabel nos invita a la fe y a la confianza que llena de gozo a María: "Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". Y María nos invita a descubrir la grandeza de Dios, que se manifiesta en cada persona ("de generación en generación"), y especialmente en los que se abren a Él, desde la humildad ("enaltece a los humildes") y la fe ("en favor de Abraham y su descendencia"). Si lo pensamos un poco (hoy se nos invita a ello), también podremos descubrir que Dios hace obras grandes en nuestra vida. Y alegrarnos.
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