El evangelio de hoy se abre con una pregunta sobre la salvación, un tema que hoy no parece importar a la gente. Nuestra sociedad vive absorbida (¿consumida?) por lo inmediato, y prefiere mirar para otro lado, esconder la realidad de que nuestra existencia es limitada, y la pregunta por lo que hay después. Sin embargo, se trata del sentido de la vida: no sólo de lo que nos espera cuando nos llegue la muerte, sino también de vivir "con sentido", de vivir verdaderamente, y no sólo ir pasando de unos momentos a otros, metidos en una búsqueda incesante (de bienestar, relaciones sociales, experiencias...) que no termina de llenarnos.
La pregunta se planteó de forma general, como "estadística": "¿Serán muchos los que se salven?" Jesús, sin embargo, interpela personalmente: "esforzaos por entrar por la puerta estrecha". Y a los que se podían sentirse "de los primeros", seguros por ser del pueblo elegido, o por haber estado cerca de Jesús ("hemos comido y bebido contigo"), les advierte que pueden "quedarse fuera", porque la invitación de Dios es universal ("vendrán de oriente y de occidente"...), pero hay que entrar, y eso depende de las obras y actitudes de cada uno, excluye a los que obran el mal.
La imagen de la puerta estrecha, que Jesús usa, nos invita a preguntarnos de qué tendremos que prescindir, porque no cabrá por esa puerta. ¿Tal vez tendremos que adelgazar el ego, la soberbia, las ambiciones? ¿Tendremos que hacernos sencillos, pequeños?
En otro lugar (Jn 10, 9) encontramos las "medidas" de esa puerta. Allí, Jesús dice: "Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto".
El Evangelio nos llama a "entrar". A quienes, en la Eucaristía, "hemos comido y bebido" con Jesús, y escuchado sus enseñanzas, nos invita a no quedarnos como espectadores, ni como meros "cumplidores" de unas normas. ¿Hasta qué punto estoy entrando en esa vida que Él me ofrece, y que pasa por las actitudes que veo en Él?.
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