"Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1-13)

Varias veces, los Evangelistas nos hablan de Jesús orando, buscando momentos en el día o la noche, para estar a solas con el Padre. Su palabra, sus gestos, su libertad, su vida entera están referidos al Abbá que lo sostiene y lo envía, que es fuente de gozo y de paz para Él, y quiere serlo para todos. 

Con los discípulos, hoy somos invitados a decir a Jesús: "Señor, enséñanos a orar". La carta de Pablo a los Colosenses (Col, 2, 12-13) nos habla, además, del sentido que tiene este aprender a orar desde Jesús: se trata de identificarnos con Él, puesto que, por el bautismo, nuestra vida está vinculada a su vida y muerte: para resucitar con Él, para descubrir esa vida nueva que Él quiere ir construyendo en nuestra existencia. 

Con pequeñas variantes, Mateo y Lucas nos transmiten el Padre nuestro. Una oración para orar y para meditar. Pues como decía San Cipriano de Cartago (siglo III) "ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones". La oración del Señor, porque es la que Él nos enseña, y es la que ha ido orando y viviendo, como podemos ir descubriendo a lo largo del Evangelio (donde lo veremos invocar al Padre, perdonar, hacer presente su Reino...). 

Lucas recuerdan, en este punto, otra enseñanza de Jesús sobre la oración. Nos habla de la insistencia, la perseverancia, que es expresión de confianza activa. Como rezamos hoy en el salmo, Dios escucha. Por eso se nos invita a pedir, buscar, llamar. Sabiendo, por otra parte, que la oración, como toda nuestra relación con Dios, es misterio. No es un rito mágico, con el que conseguimos automáticamente lo que queremos, sino una relación que cultivamos con Dios, en la que Él nos da su Espíritu (ese Espíritu que crea caminos nuevos, que renueva... que se manifiesta en todo lo que Jesús hace).

El pasaje evangélico de hoy tiene, por otra parte, continuidad con los que hemos escuchado los dos domingos anteriores. Aquella pregunta "¿qué haré para tener la vida?" (Lc 10,25), el cómo concretar el amor a Dios y al prójimo, se realiza en estas tres actitudes: la de quien recoge al herido abandonado en la cuneta; la del discípulo que escucha la palabra de Jesús (y antes, lo ha acogido en su casa, en su vida), y la oración. Una oración que va unida a la vida, como en Jesús. Otra manera de orar el Padre nuestro es preguntarnos cómo vamos viviendo cada una de las realidades que en él pedimos.

"...entender lo mucho que pedimos cuando decimos esta oración evangelical. Sea bendito por siempre; que es cierto que jamás vio a mis pensamiento que había tan grandes secretos en ella, que ya habéis visto encierra en sí todo el camino espiritual, desde el principio hasta engolfar dios el alma y darla abundosamente a beber de la fuente de agua viva".
Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 42,5


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)


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