sábado, 2 de abril de 2022

"Mirad que realizo algo nuevo" (Is 43.19; Flp 3, 8-14; Jn 8, 1-11)


Los escribas y fariseos intentan poner en evidencia que la predicación de Jesús no es fiel a la Ley de Dios. Para ello, traen ante él una mujer sorprendida en adulterio. Sobre ella, según la ley, pesa la condena a muerte por lapidación (¡aún vigente en algunos lugares!). Pero Jesús desenmascara la incongruencia de su rigorismo: al traer sólo a la mujer y dejar escapar al hombre que estaba con ella, ellos han pecado contra la misma ley que invocan, pues mandaba apedrear a ambos (Lv 20,10), y la han corrompido. El episodio, además de la denuncia "feminista" que plantea (¿cuántas veces hoy sigue siendo utilizada la mujer, y sigue sufriendo injusticias?), llama a una primera reflexión: cuando invocamos la justicia para condenar a otros, probablemente estamos haciendo una lectura sesgada, inconsciente de nuestras propias incoherencias y pecados. 

San Pablo contrapone también "una justicia mía, la de la ley" con "la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe", que es la que él busca (Flp 3,9). Lo que nos "justifica" y nos ofrece seguridad, no es el hecho de que cumplamos (más o menos) con un modo de vida honesto y bueno (si así fuera, ¿qué sería de tantos que han sido envueltos o arrastrados por entornos insanos...?). Lo que nos justifica, lo que da razón cabal de nuestra vida y de nuestra dignidad, es el amor que Dios nos tiene, y que ha manifestado en Cristo, que se entrega por nosotros. Cuando descubrimos ese amor, eso nos impulsa (con más fuerza que cualquier norma) a vivir en la bondad y en una justicia nueva, que tiene que ver con la solidaridad, con la misericordia. 

Jesús ofrece a la mujer pecadora esa justicia nueva, que es salvación. No la condena. Tampoco transige con su pecado. Tras salvarla de su condena a muerte, le dice "anda, y en adelante no peques más". La invita a ponerse en camino, a una vida nueva. Antes, ha estado inclinado, escribiendo con el dedo en el suelo. Con este gesto aludía al dedo de Dios que escribió las tablas de la Ley; y a la vez, se ponía a la altura de esa mujer postrada en el suelo: Jesús es ese dedo que Dios que escribe e interpreta auténticamente la Ley . Y lo hace, precisamente, inclinándose hacia el abatido y el caído, para levantarlo. 

Volviendo a la carta de Pablo a los Filipenses (Flp 3, 8-14), podemos leer el significado y la hondura de este encuentro con Jesús: "todo lo estimo pérdida comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor" "todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él.... para conocer a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión en sus padecimientos"... Es el ímpetu de alguien que ha sido "alcanzado por Cristo" y quiere ahondar en ese encuentro, y por eso "olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome haca lo que está por delante, corro hacia la meta".

Isaías, en la primera lectura, también nos hablaba de lo antiguo y lo nuevo. La traducción literal de ese texto es ambigua (puede ser negación o pregunta ("no recordéis lo antiguo" o "¿no recordáis lo antiguo?"), pero el sentido es el mismo: el recuerdo de las acciones de Dios que leemos en la Escritura no es simple conocimiento del pasado. El mismo Dios sigue actuando ahora, en tu vida. Y el recuerdo de las acciones pasadas es apertura para descubrir eso que Dios está haciendo ahora brotar. "El amor nunca está ocioso" (como dice Santa Teresa). 

¿Qué está haciendo brotar Dios en tu vida? ¿Qué puede estar pidiéndote (o, mas bien, ofreciéndote) a través del encuentro con su Palabra, en la oración, o a partir del encuentro con los demás? ¿Qué caminos de misericordia, de salvación, está abriendo en este momento, o te está invitando a desbrozar?


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

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