Con varias imágenes y refranes de su tiempo, hoy nos invita Jesús a ser conscientes de lo que hay en nuestro interior, no engañarnos a nosotros mismos. Podemos pasarnos la vida, y perderla, echando a los demás la culpa de lo que nos ocurre: la tentación del victimismo es seductora, porque parece quitarnos la responsabilidad de lo que nos pasa, pero nos impide encontrar nuestros recursos para cambiar nuestra situación. Podemos proyectar nuestro malestar en críticas contra los demás, sin darnos cuenta de que ese malestar interior que no podemos reconocer, es el que nos hace ver mal todo. Nuestra mente tiene varios recursos para no afrontar la realidad incómoda, pero esa actitud nos ciega, y no conduce a nada bueno.
Jesús nos invita a una actitud lúcida: descubrir qué hay en nuestro corazón. Para ello, puede servir de ayuda ver los frutos que está dando, lo que sale de él. Muchos maestros espirituales hablan de esta necesidad de ser conscientes de lo que hay dentro de nosotros, para poder avanzar realmente en el camino espiritual, y en toda nuestra vida. Teresa de Jesús habla de la humildad como "andar en verdad", ante Dios, que es la Verdad. Una verdad que, como dice el Papa Francisco, "no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona" (Patris Corde, 2). Esa conciencia de la mirada amorosa de Dios nos facilita el mirar nuestra realidad sin intentar maquillarla ni esconderla.
Humildad de discípulos, pues ser cristianos es ser discípulos, siempre en camino, siempre con mucho por aprender. Dios siempre tiene mucho más para ofrecernos, nuestra vida siempre puede ser más amplia.
"Es menester no poner
vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes
y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que
sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el
amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser, adonde le hay"
En un mundo que presume de globalización, pero sigue lleno de divisiones y marca barreras infranqueables; en una sociedad que se está polarizando y en la que crece la desconfianza y la falta de entendimiento, las palabras de Jesús, hoy, resultan chocantes, y a la vez, portadoras de aire fresco.
A las Bienaventuranzas, les siguen las palabras de hoy, que son, como ellas, propuesta de una novedad que pasa por nosotros.
En el corazón de este pasaje, una "regla de oro": "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten" (Lc 6, 31). Con sencillez y profundidad, Jesús nos da la clave para tratar al otro como alguien con la misma dignidad que yo. Una invitación a ponerme en su lugar, a cultivar al empatía, para saber actuar haciendo el bien.
Y esta regla se inserta propuesta insólita: no basta con tratar bien a los que nos tratan o nos caen bien, a los nuestros ("¿qué mérito tenéis?"). Es preciso abrir el amor y la bondad a todos, incluyendo a los más difíciles: los enemigos, los que nos odian, maldicen e injurian. Podemos también aquí considerar a los que, sin llegar a esos extremos, nos resultan difíciles: los que nos resultan antipáticos o pesados, los que "no nos interesan"...
Lucas ilustra esta actitud con comportamientos sorprendentes, que Mateo expone más explícitamente (Mt 5, 39-42), con un significado preciso en aquella cultura. No se trata de una resignación pasiva ante el mal, sino de una respuesta que interpela al otro (como la resistencia pacífica que promovieron Gandhi y M. Luther King), que, incluso, busca despertar su lado humano, su conciencia. Sabemos que responder al mal con el mal sólo perpetúa la violencia y la injusticia. Es necesario inventar nuevas formas de responder (el Papa Francisco habla de "valentía creativa" para abrir caminos nuevos).
La razón que Jesús da, para este comportamiento nuevo, es que así es Dios, "que es bueno con los malvados y desagradecidos". Vivir como hijos suyos significa obrar como Él. Se nos invita a un "círculo virtuoso": entrar en su lógica, aprender con Él la "gramática del perdón", que conjuga el perdón, la universalidad, el ir más allá de nuestras fronteras, para ser capaces de comprender, de acoger, de vivir su amor que no condena, que perdona, que se nos da con una medida generosa, rebosante (el uso de la forma pasiva, aquí, como en otros pasajes bíblicos, se refiere a lo que Dios hace). A la vez, sólo acercándonos a Dios, cultivando la relación con Él, con su amor, vamos siendo capaces de amar así.
Jesús baja del monte y se detiene en el llano. Viene al encuentro de la sociedad. Y vienen a él de muchos lugares, tanto judíos como paganos. Los versículos 18 y 19 del evangelio, que se han omitido de la lectura, hablan de que "venían para oírle y ser curados... porque salía de él una fuerza que sanaba a todos". A esa acción de Jesús que sana, que devuelve la alegría de vivir, se unen sus palabras, y desde esa acción se entienden. Jesús proclama que Dios está cerca de los pobres, de los que lloran, de los hambrientos, de los perseguidos. A ellos, en efecto, se dirige particularmente Jesús. Suyo es el Reino de Dios. Porque es así, empezando por los últimos, anteponiendo a los que siempre quedan fuera, es como ese Reino viene para todos.
La palabra de Jesús es promesa de futuro, porque Dios va a actuar en sus vidas ya lo está haciendo, en los hechos de Jesús. Y es también declaración actual: Jesús los proclama ya dichosos, y Él está ya actuando. Jesús pone de manifiesto una dignidad que los sufrimientos y carencias no pueden arrebatarles, y que conectan con Dios, con su presencia en lo hondo de cada persona y su capacidad para recrear sus vidas. La mirada de Dios no descarta a nadie, reconoce el valor de cada persona y lo hace desarrollarse.
En contraste, Jesús se lamenta por los ricos, los que ríen, los saciados... por aquellos que se encierran en su propia satisfacción y buena imagen, y que así se cierran al otro, y con ello, al Otro con mayúsculas, a Dios. Sin sospecharlo, se cierran a la Vida. De esas falsas seguridades habla también la primera lectura (ese "maldito quien confía en el hombre" de Jeremías, no se refiere a la confianza en la persona, sino a la falsa seguridad de los poderes humanos, y concretamente en aquel momento, en las alianzas militares que terminaron llevando a Israel al desastre). El individualismo, el hedonismo, la autosuficiencia, se denuncian como trampas que consumen a las personas. Varios de los males de nuestra sociedad tienen que ver con ello.
El domingo de hoy, además, nos trae la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas, que nos invita a salir de la indiferencia que condena a otros al olvido y la exclusión. La dilatada experiencia de esta ONG católica que lleva 63 años haciendo realidad proyectos de desarrollo, nos dice que es posible luchar contra la desigualdad y la pobreza, que ese trabajo da frutos concretos, que repercuten en la vida de muchas personas y van alumbrando otras formas de construir la sociedad. Depende de nosotros.
Jesús propone un camino de felicidad. Y lo hace con unos planteamientos que chocan con los criterios de nuestro mundo. Para comprenderlos, hay que mirar a Jesús (Él, que también se ha hecho pobre, ha llorado y ha sido perseguido)... y acercarnos a su obra, intentar participar de ella. Vale la pena acoger estas palabras de las Bienaventuranzas, dejarnos interpelar por ellas, dejar que resuenen en nuestro interior.
Le preguntaban un día a un hombre con
fama de sabio: ”Tú tienes varios hijos, ¿cuál de ellos es tu preferido?” El
hombre respondió: - “Mi preferido es el más pequeño,
hasta que se hace grande; el que está lejos, hasta que vuelve; el que está enfermo, hasta que recupera
la salud; el que está prisionero, hasta que
recobra la libertad; el que sufre, hasta que le llega el
consuelo”
El Evangelio habla hoy de llamada, de conversión (como descubrimiento), de asombro, de seguimiento. Y lo hace en un relato lleno de paradojas, que también reflejan la forma en que Dios se hace presente entre nosotros, como fuerza en la debilidad, grandeza a partir de lo pequeño... Todo ello, por cierto, forma parte del "Evangelio que os anuncié, y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando" (1 Cor 15, 11), que habla de la gracia de Dios que se ha manifestado en Cristo, y que nos hace "ser lo que somos", desarrollar nuestra identidad y nuestra vida en plenitud.
Jesús se acerca a Simón pidiéndole un pequeño favor, y así inicia un diálogo que lleva a lo más grande. Se mete en su barca, para embarcarlo a él en su misión. Le pide, para llenarlo de su riqueza. Le pide, primero, a dejar por un momento lo que estaba haciendo y hacerle sitio, para predicar desde su barca. Después le dice que deje la orilla y vaya a aguas más profundas a pescar, aunque sea a deshora y en un tiempo estéril, y así le invita a que se fíe de Él.
Y Pedro entra en ese diálogo, que es de palabras y hechos, aun con dificultades. Es auténtica esa oración de Pedro, que con sinceridad expone sus dudas, y con disponibilidad se pone manos a la obra. Y en la predicación y la pesca empieza a descubrir quién es Jesús. Siente el asombro (o temor o estupor, como dicen otras traducciones) que sentimos al descubrir a Dios, su grandeza frente a nuestra pequeñez e indignidad: una majestad que se hace sencilla para pedir nuestra ayuda; una santidad que ha venido a meterse en nuestro barro; un Dios al que tiene todo, pero que quiere contar contigo. Dios es amor. Desde ahí, es fácil comprender la paradoja de que, precisamente el día que hicieron la mayor pesca de su vida, dejaran el negocio. Se encontraron con Él, y dejaron los bienes de Dios por el Dios de los bienes.
Jesús empieza a cambiarle la vida a Simón, y lo llama a ser pescador de hombres. Para nosotros, esto de "pescar" suena a atrapar Pero para los israelitas (gente "de secano", para quienes el mar es símbolo de peligros, casi sinónimo del abismo) pescador de hombres significa alguien que salva a otros del peligro, como los que rescatan en el mar. Pedro deja aquellas redes que estaba lavando, para tejer otras redes: redes de comunidad, de escucha compartida, de ayuda.
Se empezaba a tejer la Iglesia, que como Pablo nos dice, siempre tiene que recordar (otra propuesta para hoy: recordar cómo nos hemos ido encontrando con Jesús y nos ha ido llamando) que está llamada a todo eso: a escuchar, a embarcarse, a dejar la propia orilla y, aunque dé miedo o desgana, remar mar adentro... y al asombro que nace, cuando Cristo descubre quién es.