En contraste, Jesús se lamenta por los ricos, los que ríen, los saciados... por aquellos que se encierran en su propia satisfacción y buena imagen, y que así se cierran al otro, y con ello, al Otro con mayúsculas, a Dios. Sin sospecharlo, se cierran a la Vida. De esas falsas seguridades habla también la primera lectura (ese "maldito quien confía en el hombre" de Jeremías, no se refiere a la confianza en la persona, sino a la falsa seguridad de los poderes humanos, y concretamente en aquel momento, en las alianzas militares que terminaron llevando a Israel al desastre). El individualismo, el hedonismo, la autosuficiencia, se denuncian como trampas que consumen a las personas. Varios de los males de nuestra sociedad tienen que ver con ello.
El domingo de hoy, además, nos trae la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas, que nos invita a salir de la indiferencia que condena a otros al olvido y la exclusión. La dilatada experiencia de esta ONG católica que lleva 63 años haciendo realidad proyectos de desarrollo, nos dice que es posible luchar contra la desigualdad y la pobreza, que ese trabajo da frutos concretos, que repercuten en la vida de muchas personas y van alumbrando otras formas de construir la sociedad. Depende de nosotros.
Jesús propone un camino de felicidad. Y lo hace con unos planteamientos que chocan con los criterios de nuestro mundo. Para comprenderlos, hay que mirar a Jesús (Él, que también se ha hecho pobre, ha llorado y ha sido perseguido)... y acercarnos a su obra, intentar participar de ella. Vale la pena acoger estas palabras de las Bienaventuranzas, dejarnos interpelar por ellas, dejar que resuenen en nuestro interior.
Le preguntaban un día a un hombre con
fama de sabio: ”Tú tienes varios hijos, ¿cuál de ellos es tu preferido?” El
hombre respondió:
- “Mi preferido es el más pequeño,
hasta que se hace grande;
el que está lejos, hasta que vuelve;
el que está enfermo, hasta que recupera
la salud;
el que está prisionero, hasta que
recobra la libertad;
el que sufre, hasta que le llega el
consuelo”
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