En la Asunción afirmamos que María participa plenamente, "en cuerpo y alma", de la Resurrección del Señor Jesús. Al contemplar así a María, nuestra madre y hermana, estamos hablando también del destino que Dios nos tiene reservado, del futuro definitivo que nos ofrece. Estamos llamados a la Resurrección, y a participar en ella con todo nuestro ser. A la vez, esta afirmación nos sobrepasa: intuimos apenas una plenitud de vida que desborda lo que somos capaces de pensar e imaginar.
Esta fiesta es una llamada a la esperanza. Cabe recordar que Pío XII definió como dogma esta convicción del pueblo cristiano en un momento especialmente sombrío, cinco años después de la II Guerra Mundial, y en los comienzos de la Guerra Fría).
Y de esperanza nos hablan las lecturas de hoy: de la Resurrección a la que estamos todos llamados; de las obras grandes que el Señor realiza en cada generación (Lc 1, 47-55); de la lucha contra el mal que, a pesar de su apariencia poderosa, finalmente no vencerá (y la muerte es una de las expresiones de ese mal, "el último enemigo aniquilado", 1 Cor 15, 26).
Una esperanza que, para nosotros, es fuente de alegría. También la palabra de Isabel a María vuelve hacia nosotros, como una invitación: "Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1, 45). Y es impulso para caminar hacia esa vida a la que Dios nos llama, para construir ese Reinado de Dios y de su misericordia. En nuestro tiempo, marcado por el desencanto, por una especie de desesperanza muchas veces aliada con la comodidad y la reducción a lo inmediato, la Asunción nos llama a levantar la vista para recordar que nuestra vida no es una simple sucesión de momentos, sino un camino con un destino, que da sentido y orienta nuestros pasos.
La fiesta de hoy nos invita, así, a preguntarnos por cómo vivimos la esperanza, a preguntarnos por la fuente de nuestra alegría. Y hacerlo de la mano de María, acompañados por su amor.
Lecturas de hoy (https://www.vaticannews.va)
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