Para un hebreo, la sangre significa la vida (por eso, el temor reverencial de la Ley judía ante todo lo relacionado con la sangre). Tener esto en cuenta nos ayuda a entender las lecturas de esta fiesta del Corpus, que vuelven, una y otra vez, sobre la sangre y la alianza. Podemos, así, comprender que es la vida de Jesús la que establece la alianza definitiva de Dios con nosotros. Esa vida que se fue derramando día a día, curando enfermos, levantando a marginados, acogiendo a pecadores, anunciando el amor el Padre... hasta entregarse finalmente en la cruz, es presencia de Dios que estará siempre con nosotros: hasta el último día, y hasta el rincón más perdido de nuestro mundo o de nuestra historia. Y que nos invita a vivir en su presencia, a abrirle nuestro corazón, a compartir con Él nuestra vida. Comulgar con la vida (la sangre) de Cristo es entrar en esta alianza de amor, ir viviéndola en nuestro día a día.
Por eso, el Corpus es el día de la Caridad. La Iglesia es expresión de esta alianza, y se alimenta en la Eucaristía, para vivir cuanto ella significa, ser memoria vida de Cristo que sana, levanta, acoge, hace presente el amor, de manera especial con los más olvidados y necesitados.
Cáritas, hoy nos invita a ahondar en este estilo de vida, cultivando actitudes de proximidad, de atención y cuidado hacia el otro, de vinculación con los demás, para compartir, para ayudar a los que, muy cerca de nosotros, necesitan apoyo, y para contribuir a hacer un poco más humano nuestro mundo.
“Pues
entendiendo, como he dicho, el buen Jesús cuán dificultosa cosa era esta que
ofrece por nosotros (…) no hubiera sino muy poquitos que cumplieran esta
palabra, que por nosotros dijo al Padre, de “fiat voluntas tua”. Pues visto el
buen Jesús la necesidad, buscó un medio admirable adonde nos mostró el extremo
de amor que nos tiene (Jn 13, 1), y en su nombre y en el de sus hermanos, pidió
esta petición: “El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy, Señor”. (…) Por ser nosotros tales y tan inclinados
a cosas bajas y de tan poco amor y ánimo, que era menester el suyo para
despertarnos, y no una vez sino cada día”.
Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 33, 1-2
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