sábado, 2 de agosto de 2025

“El que atesora para sí y no es rico ante Dios” (Lc 12, 13-21)

 

El final del Evangelio de hoy nos ofrece una clave de comprensión fundamental: la disyuntiva entre “atesorar para uno mismo” y “ser rico ante Dios” (o sea, “ser verdaderamente rico”. Pues es Dios quien nos ha dado la vida y quien ve en Verdad).

El pasaje comienza con alguien que intenta llevar a Jesús “a su terreno”, a sus intereses (“dile a mi hermano que reparta…”). Y Jesús, una vez más, responde con libertad y sabiduría, y nos invita a tomar una perspectiva más profunda.

"Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Jesús habla, frecuentemente, de la tentación de poner la confianza en el dinero. Pablo nos dice (Col 1, 5) que la avaricia “es una idolatría”. Cuando el dinero se convierte en un "dios", en el valor más importante, esclaviza y provoca injusticias y violencias. Lo vemos a diario. La parábola del rico necio refleja esa mentalidad del mundo: el deseo acaparar y "darse buena vida", sin pensar en otros (en los planes de ese hombre falta el sentido del compartir, a pesar de que está muy presente en la Ley judía)...  Esas actitudes “consumen” la vida sin darle sentido: la malogran. El deseo de tener, disfrutar... nunca se sacia, y vacía a la persona. Porque su sed pide otra fuente.  

"Guardaos de toda clase de codicia". La avaricia económica es evidente, pero tampoco es la única. También podemos vivir otras dimensiones en clave de "acumular" y de “vivir para sí”: el saber, los éxitos personales, las relaciones humanas (las redes sociales “contabilizan” ilusioriamente esto en forma de seguidores, likes…). También los dones personales (la belleza, la forma física)... Incluso en el ámbito religioso podemos pensar en “acumular” virtudes, méritos...   Esa dinámica nos induce una falsa seguridad, que aboca al desencanto expresado por el Eclesiastés: "todo es vanidad" (Ecl 1, 2).

Jesús nos propone "ser rico ante Dios". En palabras de Pablo (Col 3, 2) “buscad los bienes de allá arriba" (Col 3,2). Esos bienes tampoco son “cosas” que se acumulan, sino más bien disposiciones, actitudes, una forma de ser y de vivir “que va renovando a imagen de su Creador" (Col 3, 10). Es ir aprendiendo a vivir en el amor acoger y de entregarse. Es la confianza, que nos ayuda a vivir nuestra fragilidad y pobreza desde la misericordia entrañable de Dios. Es la gratitud, que descubre el amor que Dios derrama cada día, en  gestos y dones con que envuelve nuestra vida: "sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo" (salmo 89, que rezamos hoy).

Es un camino personal, que cada uno estamos llamados a descubrir: "vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", Col 3,3) y a recorrer, siguiendo a Jesús como discípulos, apoyándonos en Él como amigos. Él es el Camino.

En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío ...”               
(Teresa de Lisieux. Ofrenda al Amor misericordioso)

Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres
Pedro Casaldáliga


Bless the Lord, my soul  (Bendice al Señor, alma mía, y bendice su santo nombre.
Bendice al Señor, alma mía, él me guía hacia la vida)

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

  El final del Evangelio de hoy nos ofrece una clave de comprensión fundamental: la disyuntiva entre “ atesorar para uno mismo ” y “ ser ric...