El final del Evangelio de hoy nos ofrece una clave de
comprensión fundamental: la disyuntiva entre “atesorar para uno mismo” y “ser
rico ante Dios” (o sea, “ser verdaderamente rico”. Pues es Dios quien nos
ha dado la vida y quien ve en Verdad).
El pasaje comienza con alguien que intenta llevar a Jesús “a su terreno”, a sus intereses (“dile a mi hermano que reparta…”). Y
Jesús, una vez más, responde con libertad y sabiduría, y nos invita a tomar una
perspectiva más profunda.
"Aunque uno ande
sobrado, su vida no depende de sus bienes". Jesús habla,
frecuentemente, de la tentación de poner la confianza en el dinero. Pablo nos
dice (Col 1, 5) que la avaricia “es una
idolatría”. Cuando el dinero se convierte en un "dios", en el
valor más importante, esclaviza y provoca injusticias y violencias. Lo vemos a
diario. La parábola del rico necio refleja esa mentalidad del mundo: el deseo
acaparar y "darse buena vida",
sin pensar en otros (en los planes de ese hombre falta el sentido del
compartir, a pesar de que está muy presente en la Ley judía)... Esas
actitudes “consumen” la vida sin
darle sentido: la malogran. El deseo de tener, disfrutar... nunca se sacia, y
vacía a la persona. Porque su sed pide otra fuente.
"Guardaos de toda
clase de codicia". La avaricia económica es evidente, pero tampoco es
la única. También podemos vivir otras dimensiones en clave de "acumular" y de “vivir para sí”: el saber, los éxitos
personales, las relaciones humanas (las redes sociales “contabilizan” ilusioriamente
esto en forma de seguidores, likes…).
También los dones personales (la belleza, la forma física)... Incluso en el
ámbito religioso podemos pensar en “acumular”
virtudes, méritos... Esa dinámica nos induce una falsa seguridad,
que aboca al desencanto expresado por el Eclesiastés: "todo es vanidad" (Ecl 1, 2).
Jesús nos propone "ser
rico ante Dios". En palabras de Pablo (Col 3, 2) “buscad los bienes de allá arriba" (Col 3,2). Esos bienes tampoco son “cosas” que se
acumulan, sino más bien disposiciones, actitudes, una forma de ser y de vivir “que va renovando a imagen de su Creador"
(Col 3, 10). Es ir aprendiendo a vivir en el amor acoger y de entregarse. Es la
confianza, que nos ayuda a vivir nuestra fragilidad y pobreza desde la
misericordia entrañable de Dios. Es la gratitud, que descubre el amor que Dios
derrama cada día, en gestos y dones con
que envuelve nuestra vida: "sácianos
de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo" (salmo
89, que rezamos hoy).
Es un camino personal, que cada uno estamos llamados a
descubrir: "vuestra vida está con
Cristo escondida en Dios", Col 3,3) y a recorrer, siguiendo a Jesús
como discípulos, apoyándonos en Él como amigos. Él es el Camino.
“Al final del camino
me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón
lleno de nombres”
Pedro Casaldáliga
Bless the Lord, my soul (Bendice al Señor, alma mía, y bendice su santo nombre.
Bendice al Señor, alma mía, él me guía hacia la vida)