Suenan extrañas las palabras de Jesús, y más en los días de
angustia que vivimos por los incendios. Más aún cuando dice "¿Pensáis que he venido a traer paz a la
tierra? No, sino división" (Lc 12, 51). Parece contradictorio que lo
diga Él que en otro momento dice: "la paz os dejo, mi paz os doy"
(Jn 14, 27) propone el perdón y el amor incluso a los enemigos (Mt 5, 44),. Más
aún: como dirá Pablo (Ef 2, 14-20), “Él es nuestra Paz” y ha dado su vida
para derribar las fronteras y odios que separan a los hombres.
Jesús dice estas palabras en
el camino a Jerusalén, donde sufrirá la cruz. Y después de llamarnos a estar atentos,
vigilantes. Con un lenguaje típicamente hebreo (paradojas, términos tajantes…)
nos llama a tomar conciencia de las contradicciones que encuentra el Evangelio.
Aunque ha venido a reconciliar a la humanidad y hacer presente el amor de Dios
a todos, este anuncio será causa de divisiones y rechazo. No porque eso sea
voluntad de Dios, que quiere la Paz y la unidad; sino porque el mundo reacciona
así. Jesús mismo lo experimenta: por no rechazar a nadie (acoge a los pecadores
y publicanos, cura al siervo de un romano…) va encontrando el rechazo de fariseos,
nacionalistas judíos. Un rechazo que hará que su misión, su bautismo, se cumpla en la cruz.
El mensaje de Jesús es fuego: no para destruir, sino para dar
luz. Propuesta radical de cambio que choca con los intereses e inercias del
mundo, como le pasó a Jesús. Es fuego como el del Espíritu, fuente de luz y de
renovación. Es expresión del amor de Dios, "llamarada divina"
(Cantar, 8,6), de su pasión por la humanidad ("como fuego ardiente
encerrado en mis huesos", decía Jeremías, 20,9), que impulsaba a Jesús
a curar, y a denunciar las mentiras e injusticias, y a llamar a la conversión.
Seguir a Jesús implica
afrontar esta contradicción, que podemos encontrar en nuestro entorno, y
también en nuestro interior, pues necesitamos purificar muchas actitudes para vivir
auténticamente el Evangelio. Por eso la Iglesia venera a los mártires: su
testimonio es radical, porque llega a la entrega de la vida, y porque, es
profundamente evangélico: es testimonio de perdón, es semilla de paz y
reconciliación en nuestro mundo tan dividido. Este domingo, la carta a los Hebreos (12, 1-4) nos propone a
Jesús como maestro (y apoyo) para nuestra fe, que es camino de confianza a
través de las situaciones que nos toca afrontar en la vida ("la carrera
que nos toca"): es "el que inició y completa nuestra fe"
(Heb 12, 2).
Un ejemplo de la
contradicción que el Evangelio anuncia, es lo que está ocurriendo a raíz de la
decisión, en Jumilla, de negar a los musulmanes el recurso a los polideportivos
para celebrar algunas fiestas principales, la postura que ha tomado la Conferencia
Episcopal ante este asunto. La Iglesia, ante este gesto de sorprendente
laicismo (negar un espacio público para una celebración religiosa, cuando ese
espacio es necesario), manifiesta su solidaridad con los creyentes de otra
religión. Esta solidaridad está imbuida de la convicción de que la fe en Dios,
bien vivida, ayuda a construir una convivencia en paz. Y de una apuesta por la
integración, que es lo que permite que la diversidad se viva de forma positiva.
No es camino fácil, pero la Iglesia piensa que es posible y necesario. Aunque
algunos no lo comprendan.
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