domingo, 13 de octubre de 2024

"Ven y sígueme" (Mc 10, 17-30)

 

“En el Evangelio de hoy, el personaje central es un judío honrado, recto, cumplidor de la Ley, que se acerca a Jesús con un hondo deseo de “heredar la vida eterna.” Su actitud está llena de respeto hacia el “maestro bueno” ante el que se arrodilla. Frente a la de los fariseos, la suya es clara y sin doblez, y pone de manifiesto que la mera observancia de la Ley no es suficiente para un hombre que vive con fidelidad a la misma. Obedecer los mandamientos le deja insatisfecho. O mejor, en los términos de Jesús: “le falta una cosa.” De manera sutil, Jesús nos muestra que la Ley, aunque se observe minuciosamente, queda lejos y es bien distinta del camino que conduce al Reino de Dios que él proclama. Entrar por la senda estrecha que lleva a él exige algo más que la mera observancia de la Alianza. El consejo que le ofrece Jesús al rico, vender lo que tiene y dárselo a los pobres, es imposible humanamente hablando. Requiere la ayuda de Dios y una confianza en él que desafía nuestro deseo natural de ser dueños de nuestra vida y sentirnos seguros gracias nuestro dinero o nuestros recursos humanos. 

            Es este preciso momento Jesús ofrece un ejemplo práctico de la actitud que subyace a las Bienaventuranzas: quienes confían en Dios pueden sentirse dichosos y “bienaventurados” porque, aunque pasen hambre o sean pobres o se vean perseguidos, su confianza en Dios les dará una seguridad que ningún tesoro podría proporcionarles. En cierto sentido, es también la actitud reflejada en los niños del Evangelio del domingo pasado (Marcos 9:14-15): el Reino les pertenece a quienes sepan aceptarlo como un regalo. El diálogo con el rico justo es también un momento para ver el tipo de exigencias que tendrán que afrontar quienes quieran entrar en el Reino. En varias ocasiones ha mencionado Jesús la confianza en el Padre que debería caracterizar el estilo de vida de sus discípulos. “No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24) podría resumir la actitud de quienes optan por seguirle. Y no es un enfoque ingenuo de la realidad: Dios ya sabe que necesitan alimentos, vestido y vivienda… pero quienes buscan el Reino de Dios “recibirán también todas esas cosas” (Mateo 6:25-34; Lucas 12:23-31). 

            Sin embargo, no estamos ante un planteamiento “ascético” o estoico de la vida. Es, por el contrario, una actitud que brota de la Sabiduría procedente de Dios y que es Jesús mismo, el espíritu y la visión aguda de la Palabra de Jesús, “más cortante que espada de dos filos,” que hace que los humanos podamos ver la realidad con los ojos mismos de Dios. Sólo bajo su guía podemos entender que ni las riquezas ni los recursos humanos (ni siquiera la observancia de la Ley) pueden proporcionarnos “la vida eterna”. Es un don que procede de él únicamente.

                        Mariano Perrón (1947-2019)

             Copio hoy este texto de Mariano Perrón, maestro y amigo, de una Lectio Divina de 2015, que me parece muy bueno para comprender el Evangelio y lecturas de hoy.

 Añado una reflexión de Teresa de Jesús en las Moradas Terceras, sobre el joven rico: “Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante, porque somos así al pie de la letra” (Moradas III, 1, 6). Invita Teresa a la humildad (“andar en verdad”) para reconocer cómo seguimos apegados a muchas cosas (materiales o de otros tipos), que “traban nuestros pies” en el camino de seguir a Jesús. porque, como no nos hemos dejado a nosotras mismas, es muy trabajoso y pesado; porque vamos muy cargadas de esta tierra de nuestra miseria” (M III, 2, 9). Y aconseja: “Procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí, como he dicho: humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos” (M III, 2, 6)

 Y una más, de Teresa del Niño Jesús, en una carta a su hermana María, cuando escribió el “Manuscrito B” (Carta 197, 17-IX-1896):

“las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande...
     Hermana querida, ¿cómo puedes decir, después de esto, que mis deseos son la señal de mi amor...? No, yo sé muy bien que no es esto, en modo alguno, lo que le agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...?”

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


domingo, 6 de octubre de 2024

"Lo que Dios ha unido" (Mc 10, 2-16)

 



Para comprender el Evangelio y las lecturas de hoy, conviene tener en cuenta su peculiar lenguaje y contexto.

Los primeros capítulos del Génesis nos hablan de la “historia” del mundo. No en el sentido actual de historia (crónica, lo más exacta posible, de hechos), sino en sentido sapiencial: desentrañar su esencia. Quién es el ser humano, de dónde procede, para qué está en el mundo… El lenguaje narrativo, aparentemente ingenuo, transmite una sabiduría profunda (y sorprendente, porque este relato es de 8 ó 9 siglos antes de Cristo): la igualdad de la mujer y el varón (“hueso de mis huesos y carne de mi carne”), la complementariedad de ambos, capaz de remediar la soledad humana y ofrecer la ayuda necesaria para vivir, que los lleva a unirse, dejando atrás otros lazos, para formar “una sola carne”, y que así los hace imagen de Dios.

A este plan originario de Dios sobre el ser humano se remite Jesús, cuando le preguntan. Y aquí, se entrelazan otras cuestiones:

- en el mundo judío, la “facultad” de “repudiar” era exclusiva del hombre, y mostraba la situación de inferioridad e indefensión de la mujer. Jesús denuncia que eso no es conforme al plan de Dios, sino a la “dureza de corazón” de la sociedad, y defiende la igualdad de la mujer (incluso aludiendo a la posibilidad de que ella repudiara al marido, aunque sea para desautorizarla igualmente).

- Por otra parte, Jesús revela el proyecto de Dios en su radicalidad, que antepone a la Ley (el texto del Deuteronomio 24,1), condicionada “por la dureza de vuestro corazón”. Esta será la regla cristiana: toda el Antiguo Testamento y toda Ley se interpreta desde Jesús. La radicalidad de su propuesta tiene que ver con su propio (Jesús va hacia Jerusalén, a entregar su vida en la Cruz), y con el amor del Padre que lo sostiene y guía.

Amor que Jesús invita a acoger con la confianza de un niño. La irrupción de los niños (que parece “intempestiva” en medio de ese momento de enseñanza sobre un tema complejo) muestra cómo en Jesús se entrelazan la ternura y la revelación de Dios. En la sociedad judía, un niño no tenía “derechos”, no tenía ningún tipo de poder o posesión: sólo tenía a sus padres, y de ellos lo recibe todo gratuitamente, por amor. Jesús nos invita a recibir el Reino con el mismo sentido de gratuidad, de confianza en el amor del Padre (ese Padre de quien son imagen humana, precisamente, el padre y la madre unidos por el amor). Ese amor que vive Jesús, que le sostiene en su misión, y que a nosotros nos sostiene e impulsa a vivir con radicalidad el amor.

La Liturgia nos trae hoy la propuesta de Dios sobre la vida en pareja: el matrimonio, como un proyecto radical de amor incondicional y sin vuelta atrás, que lleva a las personas a desarrollar su vida en plenitud. Algo que vale la pena proponer y defender, frente a un mundo que tiende a reducir el amor a experiencias fragmentarias, interesadas (incluidas algunas idealizaciones “poéticas” que se desvanecen ante la realidad y sus exigencas) desencantadas, escasas.

Una propuesta para cultivar pacientemente, porque el amor es don y tarea. Ese proyecto de amor, de experiencia de complementariedad y de ayuda necesaria en la vida, de plenitud, de unión, se va realizando (y aprendiendo) en la realidad humilde y accidentada del día a día.

Una propuesta basada en el amor gratuito y misericordioso del Padre. Un amor que también se manifiesta en la forma en la que Jesús acoge a los que caen, a los que fracasan, a los pecadores (que, de una u otra forma, somos todos), a los pequeños y débiles. Y que ha de manifestarse en la forma en que la Iglesia trata a aquellos cuyo proyecto de amor y de vida se ha roto, a los divorciados, con la historia y situación peculiar de cada persona. Como señalaba Benedicto (en “Luz del mundo”): "Para los divorciados Dios sigue estando siempre allí … que si bien estoy por debajo de lo que debería ser como cristiano, no dejo de ser cristiano, de ser amado por Cristo, y tanto más permanezco en la Iglesia, porque tanto más seré sostenido por Él.''



  “En el Evangelio de hoy, el personaje central es un judío honrado, recto, cumplidor de la Ley, que se acerca a Jesús con un hondo deseo de...