viernes, 25 de octubre de 2024

"Maestro, ¡que pueda ver!" (Mc 10, 46,52)

 

La curación del ciego Bartimeo (probablemente, alguien conocido en la primera comunidad cristiana, pues se nombra a su padre) es el último signo de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Marcos la narra con palabras cargadas de significado: entre líneas, podemos leer toda una historia de fe, un itinerario que puede ser también el nuestro.

Bartimeo aparece en este relato como alguien que “ha perdido el camino”. Ciego, está sentado en la cuneta de la vida, como un mendigo que vive de limosna. En aquella sociedad, es además un marginado.  

Pero en su interior brilla aún la esperanza. Al oír a Jesús que pasa, se despierta, como el atisbo de una luz que empieza ya a guiarlo. Y empieza a llamar a Jesús. Lo invoca como Mesías, hijo de David. A este título (ambiguo aún, como un acercamiento “a tientas” a Cristo) le añade una petición que, en su humildad, alcanza el corazón de Jesús y su mensaje: la misericordia. Y aunque el entorno le invita a desistir, él insiste. Como Jesús nos invita a hacer en la oración: “¡ten compasión de mí!

Acoge la llamada de Jesús, y responde. A diferencia del joven rico, que quedó atrapado en sus muchas riquezas (Mc 10, 21-22), Bartimeo suelta lo que tiene (el manto era “lo único que tiene para protegerse del frío” Éxodo 22:26-27; Dt 24:17-18), y da el salto hacia Jesús. Y ante la pregunta de Jesús (la misma que poco antes hizo a los hijos de Zebedeo, Mc 10,36), él pide lo verdaderamente importante. Que enlaza, además, con los signos del Reino de Dios  (“los ciegos ven, los cojos andan…” Lc 7, 22). Este pasaje es también una enseñanza sobre la oración y la vida: “Maestro, ¡que pueda ver!

Y Bartimeo, verdaderamente llega a ver. Por eso entra en el camino de Jesús (ese mismo que a los discípulos les daba miedo y les resultaba incomprensible, Mc 10, 32).

La otras lecturas de hoy nos iluminan y proponen lo que Bartimeo “ve”: la obra salvadora de Dios, cantada por Jeremías (Jr 31, 7-9) y por el salmo 125, y realizada plenamente por Jesús. Él ha tocado nuestra debilidad y ha sido constituido por el Padre como sacerdote, “puente” (pontífice) que nos permite llegar a Él, a la vida (Hebreos 5, 1-6).  

La fe, que comenzó como atisbo y la esperanza de luz, nos guía a Jesús, se hace plena en el encuentro con Él, y es capaz de curar nuestras cegueras.

“¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes, hechos ignorantes …”
   S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 39,7


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Los escribas y fariseos intentan “demostrar” que Jesús es un falso profeta, planteándole un dilem: tendría que elegir entre contradecir la...