“En el Evangelio de
hoy, el personaje central es un judío honrado, recto, cumplidor de la Ley, que
se acerca a Jesús con un hondo deseo de “heredar la vida eterna.” Su actitud está llena de respeto hacia el
“maestro bueno” ante el que se
arrodilla. Frente a la de los fariseos, la suya es clara y sin doblez, y pone
de manifiesto que la mera observancia de la Ley no es suficiente para un hombre
que vive con fidelidad a la misma. Obedecer los mandamientos le deja
insatisfecho. O mejor, en los términos de Jesús: “le falta una cosa.” De manera sutil, Jesús nos muestra que la
Ley, aunque se observe minuciosamente, queda lejos y es bien distinta del
camino que conduce al Reino de Dios que él proclama. Entrar por la senda
estrecha que lleva a él exige algo más que la mera observancia de la Alianza.
El consejo que le ofrece Jesús al rico, vender lo que tiene y dárselo a los
pobres, es imposible humanamente hablando. Requiere la ayuda de Dios y una
confianza en él que desafía nuestro deseo natural de ser dueños de nuestra vida
y sentirnos seguros gracias nuestro dinero o nuestros recursos humanos.
Es este preciso momento Jesús ofrece
un ejemplo práctico de la actitud que subyace a las Bienaventuranzas: quienes
confían en Dios pueden sentirse dichosos y “bienaventurados” porque, aunque pasen hambre o sean pobres
o se vean perseguidos, su confianza en Dios les dará una seguridad que ningún
tesoro podría proporcionarles. En cierto sentido, es también la actitud
reflejada en los niños del Evangelio del domingo pasado (Marcos 9:14-15): el
Reino les pertenece a quienes sepan aceptarlo como un regalo. El diálogo con el
rico justo es también un momento para ver el tipo de exigencias que tendrán que
afrontar quienes quieran entrar en el Reino. En varias ocasiones ha mencionado
Jesús la confianza en el Padre que debería caracterizar el estilo de vida de
sus discípulos. “No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24) podría resumir la actitud de
quienes optan por seguirle. Y no es un enfoque ingenuo de la realidad: Dios ya
sabe que necesitan alimentos, vestido y vivienda… pero quienes buscan el Reino
de Dios “recibirán también todas esas cosas” (Mateo 6:25-34; Lucas 12:23-31).
Sin embargo, no estamos ante un
planteamiento “ascético” o estoico de
la vida. Es, por el contrario, una actitud que brota de la Sabiduría procedente
de Dios y que es Jesús mismo, el espíritu y la visión aguda de la Palabra de
Jesús, “más cortante que espada de dos filos,” que hace que los humanos podamos ver la realidad con los ojos mismos
de Dios. Sólo bajo su guía podemos entender que ni las riquezas ni los recursos
humanos (ni siquiera la observancia de la Ley) pueden proporcionarnos “la
vida eterna”. Es un don que procede de él
únicamente.
Mariano Perrón
(1947-2019)
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)
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