El pasaje que hoy contemplamos, es un momento central en el
Evangelio. Jesús ya ha hablado del Padre y de su amor a las multitudes, y con
diversos milagros ha ofrecido señales de su Reinado. También ha encontrado la
incomprensión y la resistencia de numerosos grupos.
Su misión llega a un punto de inflexión. A partir de Cesarea
de Filipo, junto a las fuentes del Jordán, comienza el itinerario hacia
Jerusalén, hacia la cruz. A partir de este momento, Marcos comienza ahora a
hablar, insistentemente, de camino.
Jesús comienza preguntando qué dice la gente. Tras escuchar
las opiniones y mitos que corren sobre él pide la respuesta personal de los
discípulos. Y Pedro lo reconoce como Mesías.
Esta confesión da lugar a un nuevo comienzo. Ahora es Jesús
quien dice quién es Él, y comienza a explicar de qué manera será Salvador. “Se lo explicaba con toda claridad”. No será
al estilo triunfador y poderoso que esperaban, y por eso no quiere que
divulguen que Él es el Mesías (ese mandato de callar sus milagros que en Marcos
aparece una y otra vez). Será a través de la entrega de su vida, y haciéndose
uno con los últimos, los rechazados, los que padecen.
Y eso plantea una exigencia radical a sus discípulos (a
nosotros): aceptar y seguir su camino. Pedro, aquí, expresa la ambivalencia que
podemos tener: buscar a Dios desde nuestros criterios y según nuestros
intereses. Esa tendencia, aquí, lo lleva a intentar decirle a Jesús lo que ha
de hacer. De ahí la dureza de la respuesta de Jesús (lo llama Satanás porque
ahí Pedro refleja una de las tentaciones fundamentales, cfr. Lc 4,9) y su
orden: “Ponte detrás de mí”; es
decir, “Sígueme tú a mí, sin intentar manejarme”
El Evangelio me invita a preguntarme: ¿quién es Jesucristo
para mí? ¿Qué lugar tiene en mi vida, en mis criterios, en mis prioridades, en
mis actitudes? (Como nos recuerda Santiago, nuestras obras muestran en qué
creemos de verdad). Y ello, no para reafirmarme en mis convicciones, sino para
dar el paso de discípulo que pide Jesús: ir más allá de mí mismo (niéguese a sí mismo), y seguirle
asumiendo la cruz que implica creer en su amor y en su Palabra hacerlo presente
en el mundo que nos toca.
“Y así, querría yo persuadir a los espirituales cómo este camino de
Dios no consiste en multiplicidad de consideraciones, ni modos, ni maneras, ni
gustos, aunque esto, en su manera, sea necesario a los principiantes (…). Porque
el aprovechar no se halla sino imitando a Cristo que es el camino y la verdad y
la vida, y ninguno viene al Padre sino por él, según él mismo dice por San Juan
(14,6 y 10,9). Y en otra parte dice: Yo soy la puerta; por mí, si alguno
entrare, salvarse ha. De donde todo espíritu que quiere ir por dulzuras y
facilidad y huye de imitar a Cristo, no le tendría por bueno”.
(San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, II, 7,8)
Canto “Jesús, ¿quién eres tú?, cantado por Brotes en los años 70, y recreado recientemente
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