sábado, 7 de septiembre de 2024

"¡Ábrete!" (Mc 7, 31-37)

 

Para leer el Evangelio, el salmo y la primera lectura de hoy nos dan una clave de gozo y esperanza en Dios, que se manifiesta sanando, liberando, haciendo brotar la vida. Conecta con el final del Evangelio, ese “todo lo ha hecho bien”, que a su vez recuerda a la obra creadora de Dios, donde “todo era bueno” (Gn 1, 31).

Jesús supera fronteras. Viene de Tiro y Sidón (el Líbano actual), dando un rodeo por territorios de paganos para llegar a la Decápolis, donde también había muchos gentiles. Al narrar la curación de aquel sordomudo, Marcos nos habla también de cómo Jesús llega a aquéllos que los judíos consideraban imposibilitados para acoger la Palabra de Dios y responder, de comprender y poder pronunciar la Ley, con palabras y obras. Desde entonces acá, el Evangelio ha llegado todos los rincones del planeta (estos días, el Papa visita Papúa-Nueva Guinea, un país olvidado de todos, al que nadie va…). Y aún tiene que llegar a muchos que nos parecen incapaces de entenderlo y responder, sea por sus ideas, por su forma de vida, o por otras dificultades.

Marcos nos transmite la palabra que Jesús pronunció, en su lengua original. Es una palabra “esencial”, que hemos incorporado al rito del Bautismo: “Effetá”, ¡Ábrete! Nos plantea una cuestión esencial en nuestra vida, como cristianos: ¿vivimos cerrados en nosotros mismos, o abiertos a los demás y a Dios? La narración de esta curación tiene varios detalles para retener: el encuentro con Jesús, a solas y en profundidad (en aquel tiempo, la saliva se consideraba como una “condensación” del aliento. Jesús toca la lengua del hombre con su aliento: su Espíritu); la superación, a veces difícil, de resistencias (el gesto, casi violento, de meter los dedos en los oídos); la oración (“Mirando al cielo, suspiró” Pablo dirá que “nosotros no sabemos orar como conviene; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” Rom 8, 26).

Hoy puede ser día para retirarnos un rato a solas, con Jesús. Para hablar con Él de lo que en nosotros tal vez permanece cerrado, sea por miedo, desencanto, indiferencia, rencor, desconcierto… por lo que sea. Para que resuene en nuestro interior esa invitación a abrirnos. Para pedirle que nos enseñe a escuchar y comprender, a responder adecuadamente.       


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