Hoy, el Deuteronomio nos habla de la Ley de Dios como
sabiduría y justicia para vivir. Santiago nos habla de la Palabra de la Verdad,
injertada en nosotros (como algo
vivo, que ha de dar fruto), capaz de salvar. Una sabiduría para llevar a la
vida. Y centra la autenticidad de la espiritualidad, de la religión, en la
misericordia (huérfanos y viudas eran el “prototipo” de la persona vulnerable)
y en “no contaminarse con el mundo”.
De esto habla el Evangelio: ¿qué es lo que nos contamina? Es
una cuestión actual, porque vivimos en un mundo, que, además de contaminación
química, tiene otras realidades “tóxicas”, que también nos hacen enfermar:
crispación, informaciones y visiones sesgadas de la realidad, violencia,
comportamientos dañinos… (También hay mucha bondad y hermosura, es necesario
recordarlo siempre).
A los judíos les preocupaba la pureza: la sinceridad ante
Dios, la vida íntegra. En esa búsqueda de pureza, se multiplicaron las normas y
creció una tendencia a apartarse de cuanto no fuera “puro” (y lo que es peor,
de las personas “impuras”). La mera
posibilidad de haberlos tocado generaba una impureza que había que lavar (“restregando bien”, como dice con ironía
Marcos). Jesús denuncia esa interpretación legalista y cerrada, excluyente, que
pierde el sentido original. El capítulo entero de Marcos (que se ha recortado,
por abreviar) denunciaba algunos de esos sinsentidos. El contexto nos deja otro:
después de que Jesús ha alimentado a la multitud, y ha pasado por Genesaret (tierra
de gentiles) curando y salvando (Mc 6,
37-56), aquellos fariseos sólo se fijan en que algunos discípulos han descuidado
las tradiciones patrias. Convierten así el principio higiénico de lavarse en
una mirada insana, que juzga y discrimina.
Jesús, como otras veces, llama a ir a la raíz, para poder
entender lo que Dios propone en su Ley. Y señala lo fundamental: las actitudes
que cultivamos son las que definen nuestra vida. Es una palabra actual. Nos
recuerda la importancia de la libertad y las propias opciones, en un tiempo que
tiende a explicarlo (y justificarlo) todo por los condicionamientos externos. Desde
fuera nos pueden llegar muchas cosas (tendencias, propuestas, dificultades…) pero
la actitud que nosotros tomamos es nuestra opción, y de ello depende nuestra
vida.
Además, nos llama a afinar en esas actitudes, porque ahí está la clave para vivir con integridad, para conseguir integrar mi propia vida en un camino que vaya buscando armonía y justicia. ¿Qué me mueve, qué necesito purificar en mis motivaciones? Una purificación para la que Santiago nos ofrece dos claves: tomar distancia de las dinámicas tóxicas del mundo, y fundamentarnos en la misericordia, que refleja el auténtico amor de Dios.
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