Jesús sigue instruyendo a sus discípulos. El pasaje de hoy
sigue al que escuchábamos el domingo pasado. Y el anhelo de puestos importantes
que veíamos, tiene también relación con esos celos que prohíben actuar en
nombre de Jesús a quien “no es de los
nuestros”. En ambos casos hay una actitud posesiva, que malogra el mensaje
del Evangelio. Es como un eco de aquellas actitudes excluyentes judías que
Jesús enfrenta (al tocar al leproso, sentarse a comer con los pecadores, acercarse
a los extranjeros y paganos…), y que, como la cizaña (Mt 13, 24-30), tientan también
a sus seguidores.
Jesús previene contra ese radicalismo mal entendido,
excluyente, contra esa tentación de que nuestras comunidades y grupos se vuelvan
autorreferenciales, en lugar de referirse a Cristo y el Evangelio. Como nos dice
el Salmo 18, la Palabra de Dios, su Ley, no es algo cerrado ni opresor, sino
que "alegra el corazón y es descanso del alma2, y en eso manifiesta
su perfección y rectitud.
Por eso Jesús afirma la amplia generosidad de Dios, que no
deja sin recompensa cualquier gesto de colaboración, de bondad. Y a continuación
advierte sobre el escándalo. Conviene aclarar esta palabra: en nuestra cultura,
algo escandaloso es una transgresión
estridente, llamativa. El término que Marcos usa sin embargo, significa “poner obstáculos”, “apartar a alguien de su
camino”. Las actitudes que rechazan y dividen, que no “dejan entrar” a otros,
son el primer ejemplo de escándalo, aunque no el único.
Jesús propone una radicalidad que no excluyente. Que, en
lugar de “echar” a otros, insiste en el trabajo interior sobre nuestras
actitudes, en cortar de raíz con nuestras formas de actuar (mano), de caminar (pie)
y de mirar (ojo) que apartan del camino de Jesús, que hacen daño. Una necesidad
de purificación personal y de actitud comprensiva que resume un poco después: “Tened sal en vosotros y tened paz unos con
otros” (Mc 9, 50).
Una palabra muy actual en nuestros tiempos, tan polarizados,
tan proclives a condenar, en cada lado a quien “no es de los nuestros” y
sospechar de cuanto hace. “La Iglesia es
en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios
y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1). Somos llamados,
cada uno a tender puentes, al estilo de la generosidad del Padre, y para ello,
a revisar qué actitudes tenemos que cortar en nosotros mismos.
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)