viernes, 13 de septiembre de 2024

"¿Quién decís que soy?" (Mc 8, 27-35)

 

El pasaje que hoy contemplamos, es un momento central en el Evangelio. Jesús ya ha hablado del Padre y de su amor a las multitudes, y con diversos milagros ha ofrecido señales de su Reinado. También ha encontrado la incomprensión y la resistencia de numerosos grupos.

Su misión llega a un punto de inflexión. A partir de Cesarea de Filipo, junto a las fuentes del Jordán, comienza el itinerario hacia Jerusalén, hacia la cruz. A partir de este momento, Marcos comienza ahora a hablar, insistentemente, de camino.

Jesús comienza preguntando qué dice la gente. Tras escuchar las opiniones y mitos que corren sobre él pide la respuesta personal de los discípulos. Y Pedro lo reconoce como Mesías.

Esta confesión da lugar a un nuevo comienzo. Ahora es Jesús quien dice quién es Él, y comienza a explicar de qué manera será Salvador. “Se lo explicaba con toda claridad”. No será al estilo triunfador y poderoso que esperaban, y por eso no quiere que divulguen que Él es el Mesías (ese mandato de callar sus milagros que en Marcos aparece una y otra vez). Será a través de la entrega de su vida, y haciéndose uno con los últimos, los rechazados, los que padecen.

Y eso plantea una exigencia radical a sus discípulos (a nosotros): aceptar y seguir su camino. Pedro, aquí, expresa la ambivalencia que podemos tener: buscar a Dios desde nuestros criterios y según nuestros intereses. Esa tendencia, aquí, lo lleva a intentar decirle a Jesús lo que ha de hacer. De ahí la dureza de la respuesta de Jesús (lo llama Satanás porque ahí Pedro refleja una de las tentaciones fundamentales, cfr. Lc 4,9) y su orden: “Ponte detrás de mí”; es decir, “Sígueme tú a mí, sin intentar manejarme”

El Evangelio me invita a preguntarme: ¿quién es Jesucristo para mí? ¿Qué lugar tiene en mi vida, en mis criterios, en mis prioridades, en mis actitudes? (Como nos recuerda Santiago, nuestras obras muestran en qué creemos de verdad). Y ello, no para reafirmarme en mis convicciones, sino para dar el paso de discípulo que pide Jesús: ir más allá de mí mismo (niéguese a sí mismo), y seguirle asumiendo la cruz que implica creer en su amor y en su Palabra hacerlo presente en el mundo que nos toca.

“Y así, querría yo persuadir a los espirituales cómo este camino de Dios no consiste en multiplicidad de consideraciones, ni modos, ni maneras, ni gustos, aunque esto, en su manera, sea necesario a los principiantes (…). Porque el aprovechar no se halla sino imitando a Cristo que es el camino y la verdad y la vida, y ninguno viene al Padre sino por él, según él mismo dice por San Juan (14,6 y 10,9). Y en otra parte dice: Yo soy la puerta; por mí, si alguno entrare, salvarse ha. De donde todo espíritu que quiere ir por dulzuras y facilidad y huye de imitar a Cristo, no le tendría por bueno”.

(San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo,  II,  7,8)

Canto “Jesús, ¿quién eres tú?, cantado por Brotes en los años 70, y recreado recientemente


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

sábado, 7 de septiembre de 2024

"¡Ábrete!" (Mc 7, 31-37)

 

Para leer el Evangelio, el salmo y la primera lectura de hoy nos dan una clave de gozo y esperanza en Dios, que se manifiesta sanando, liberando, haciendo brotar la vida. Conecta con el final del Evangelio, ese “todo lo ha hecho bien”, que a su vez recuerda a la obra creadora de Dios, donde “todo era bueno” (Gn 1, 31).

Jesús supera fronteras. Viene de Tiro y Sidón (el Líbano actual), dando un rodeo por territorios de paganos para llegar a la Decápolis, donde también había muchos gentiles. Al narrar la curación de aquel sordomudo, Marcos nos habla también de cómo Jesús llega a aquéllos que los judíos consideraban imposibilitados para acoger la Palabra de Dios y responder, de comprender y poder pronunciar la Ley, con palabras y obras. Desde entonces acá, el Evangelio ha llegado todos los rincones del planeta (estos días, el Papa visita Papúa-Nueva Guinea, un país olvidado de todos, al que nadie va…). Y aún tiene que llegar a muchos que nos parecen incapaces de entenderlo y responder, sea por sus ideas, por su forma de vida, o por otras dificultades.

Marcos nos transmite la palabra que Jesús pronunció, en su lengua original. Es una palabra “esencial”, que hemos incorporado al rito del Bautismo: “Effetá”, ¡Ábrete! Nos plantea una cuestión esencial en nuestra vida, como cristianos: ¿vivimos cerrados en nosotros mismos, o abiertos a los demás y a Dios? La narración de esta curación tiene varios detalles para retener: el encuentro con Jesús, a solas y en profundidad (en aquel tiempo, la saliva se consideraba como una “condensación” del aliento. Jesús toca la lengua del hombre con su aliento: su Espíritu); la superación, a veces difícil, de resistencias (el gesto, casi violento, de meter los dedos en los oídos); la oración (“Mirando al cielo, suspiró” Pablo dirá que “nosotros no sabemos orar como conviene; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” Rom 8, 26).

Hoy puede ser día para retirarnos un rato a solas, con Jesús. Para hablar con Él de lo que en nosotros tal vez permanece cerrado, sea por miedo, desencanto, indiferencia, rencor, desconcierto… por lo que sea. Para que resuene en nuestro interior esa invitación a abrirnos. Para pedirle que nos enseñe a escuchar y comprender, a responder adecuadamente.       


domingo, 1 de septiembre de 2024

"La religión pura..." (St 1, 27; Mc 7, 1-23)

 

Hoy, el Deuteronomio nos habla de la Ley de Dios como sabiduría y justicia para vivir. Santiago nos habla de la Palabra de la Verdad, injertada en nosotros (como algo vivo, que ha de dar fruto), capaz de salvar. Una sabiduría para llevar a la vida. Y centra la autenticidad de la espiritualidad, de la religión, en la misericordia (huérfanos y viudas eran el “prototipo” de la persona vulnerable) y en “no contaminarse con el mundo”.

De esto habla el Evangelio: ¿qué es lo que nos contamina? Es una cuestión actual, porque vivimos en un mundo, que, además de contaminación química, tiene otras realidades “tóxicas”, que también nos hacen enfermar: crispación, informaciones y visiones sesgadas de la realidad, violencia, comportamientos dañinos… (También hay mucha bondad y hermosura, es necesario recordarlo siempre).

A los judíos les preocupaba la pureza: la sinceridad ante Dios, la vida íntegra. En esa búsqueda de pureza, se multiplicaron las normas y creció una tendencia a apartarse de cuanto no fuera “puro” (y lo que es peor, de las personas “impuras”). La mera posibilidad de haberlos tocado generaba una impureza que había que lavar (“restregando bien”, como dice con ironía Marcos). Jesús denuncia esa interpretación legalista y cerrada, excluyente, que pierde el sentido original. El capítulo entero de Marcos (que se ha recortado, por abreviar) denunciaba algunos de esos sinsentidos. El contexto nos deja otro: después de que Jesús ha alimentado a la multitud, y ha pasado por Genesaret (tierra de gentiles) curando y salvando (Mc 6, 37-56), aquellos fariseos sólo se fijan en que algunos discípulos han descuidado las tradiciones patrias. Convierten así el principio higiénico de lavarse en una mirada insana, que juzga y discrimina.

Jesús, como otras veces, llama a ir a la raíz, para poder entender lo que Dios propone en su Ley. Y señala lo fundamental: las actitudes que cultivamos son las que definen nuestra vida. Es una palabra actual. Nos recuerda la importancia de la libertad y las propias opciones, en un tiempo que tiende a explicarlo (y justificarlo) todo por los condicionamientos externos. Desde fuera nos pueden llegar muchas cosas (tendencias, propuestas, dificultades…) pero la actitud que nosotros tomamos es nuestra opción, y de ello depende nuestra vida.

Además, nos llama a afinar en esas actitudes, porque ahí está la clave para vivir con integridad, para conseguir integrar mi propia vida en un camino que vaya buscando armonía y justicia. ¿Qué me mueve, qué necesito purificar en mis motivaciones? Una purificación para la que Santiago nos ofrece dos claves: tomar distancia de las dinámicas tóxicas del mundo, y fundamentarnos en la misericordia, que refleja el auténtico amor de Dios.   


  El pasaje que hoy contemplamos, es un momento central en el Evangelio. Jesús ya ha hablado del Padre y de su amor a las multitudes, y con ...