domingo, 29 de septiembre de 2024

"No se lo impidáis" (Mc 9, 38-48)

 

Jesús sigue instruyendo a sus discípulos. El pasaje de hoy sigue al que escuchábamos el domingo pasado. Y el anhelo de puestos importantes que veíamos, tiene también relación con esos celos que prohíben actuar en nombre de Jesús a quien “no es de los nuestros”. En ambos casos hay una actitud posesiva, que malogra el mensaje del Evangelio. Es como un eco de aquellas actitudes excluyentes judías que Jesús enfrenta (al tocar al leproso, sentarse a comer con los pecadores, acercarse a los extranjeros y paganos…), y que, como la cizaña (Mt 13, 24-30), tientan también a sus seguidores.

Jesús previene contra ese radicalismo mal entendido, excluyente, contra esa tentación de que nuestras comunidades y grupos se vuelvan autorreferenciales, en lugar de referirse a Cristo y el Evangelio. Como nos dice el Salmo 18, la Palabra de Dios, su Ley, no es algo cerrado ni opresor, sino que "alegra el corazón y es descanso del alma2, y en eso manifiesta su perfección y rectitud.  

Por eso Jesús afirma la amplia generosidad de Dios, que no deja sin recompensa cualquier gesto de colaboración, de bondad. Y a continuación advierte sobre el escándalo. Conviene aclarar esta palabra: en nuestra cultura, algo escandaloso es una transgresión estridente, llamativa. El término que Marcos usa sin embargo, significa “poner obstáculos”, “apartar a alguien de su camino”. Las actitudes que rechazan y dividen, que no “dejan entrar” a otros, son el primer ejemplo de escándalo, aunque no el único.

Jesús propone una radicalidad que no excluyente. Que, en lugar de “echar” a otros,  insiste en el trabajo interior sobre nuestras actitudes, en cortar de raíz con nuestras formas de actuar (mano), de caminar (pie) y de mirar (ojo) que apartan del camino de Jesús, que hacen daño. Una necesidad de purificación personal y de actitud comprensiva que resume un poco después: “Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros” (Mc 9, 50).

Una palabra muy actual en nuestros tiempos, tan polarizados, tan proclives a condenar, en cada lado a quien “no es de los nuestros” y sospechar de cuanto hace. “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1). Somos llamados, cada uno a tender puentes, al estilo de la generosidad del Padre, y para ello, a revisar qué actitudes tenemos que cortar en nosotros mismos.

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)



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