sábado, 10 de febrero de 2024

"Puedes limpiarme" (Mc 1, 40-45)

 


Antes de entrar en la Cuaresma, contemplamos otro gesto sanador de Jesús. De nuevo, aparece su poder para vencer el mal. A diferencia de los sacerdotes de la Ley, que sólo podían diagnosticar la enfermedad y declarar impuro a un enfermo (como vemos en la lectura de Levítico, 17), Jesús puede curarlo. En las cartas a los Romanos y los Gálatas, S. Pablo hablará de cómo la Ley pone de manifiesto el pecado, pero es incapaz de sanarlo. Es el Espíritu de Dios quien puede transformar el corazón humano.

Para curar a este leproso, Jesús lo toca. La Ley prohibía tocar a los leprosos, e incluso acercarse a ellos, para evitar el contagio (la pasada pandemia nos ha hecho, por cierto, experimentar algo de esas prohibiciones de contacto, de la sensación de aislamiento humano que conllevaban, y de cómo hemos buscado caminos para superarla). Jesús, sin embargo, extiende su mano (como Dios extiende su brazo para salvar, salmo 136) y lo toca. Pero no se contagia Jesús de la lepra del enfermo, sino que le "contagia" a él su vida (y una Buena Noticia que no podrá menos que "pregonar bien alto"). De nuevo, Jesús transgrede las normas, como al curar en sábado. No para destruir la Ley, sino para purificarla  ("no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" Mt 5, 17). De hecho, lo anterior se puede "leer" en esa clave: Jesús purifica la sinagoga (en la que había un espíritu inmundo que poseía a un hombre), lleva la salud a la casa de Pedro... Purifica la religión de su rigidez y su búsqueda de seguridad en el cumplimiento de normas. Y con ello, por cierto, nos invita también a nosotros a plantearnos cómo y por qué hacemos las cosas. 

El Evangelio nos brinda también la clave de esa purificación. No será la lógica del pensamiento fariseo (separar y eliminar lo considerado "impuro"), sino precisamente esa capacidad de alcanzar lo humano, de tocar la persona. Es la compasión que conmueve a Jesús. El término que usa Marcos (y que se ha traducido como "compadecido", habla de un Jesús que se conmueve, que incluso se estremece ante la situación de aquél hombre enfermo y aislado totalmente de la sociedad. Y que por eso alarga su mano, atravesando aquellas barreras invisibles de rechazo y marginación, para alcanzarlo.  

Una compasión que llevará a Jesús a "padecer con" el hombre al que sana. A partir de ese momento, Jesús "ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo", pues legalmente se ha vuelto él también "impuro" por tocar al leproso. Pero eso no merma su capacidad de llegar a todos. 

El Evangelio nos invita, hoy, a ponernos ante Jesús, para dejarnos limpiar por El. De aquello que nos duele. Y también de aquello que nos impide llegar a otros, compadecernos, y vivir de forma  humanizadora. El día del enfermo, que hoy celebramos (este año, centrando el foco en las enfermedades psíquicas y la necesidad de acompañamiento) y la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas nos hablan de dimensiones prácticas de ese "extender la mano" para llegar a tantos que sufren, de forma sanadora.

Así lo hacía Pablo, el que (como escuchábamos el domingo pasado), se ha hecho "todo a todos", "no buscando mi propia ventaja, sino la de los más posibles", y que hoy nos dice: "sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo".

 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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