sábado, 3 de febrero de 2024

"...la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles" (Mc 1, 29-39)


Jesús sale de la sinagoga, donde había predicado con autoridad y liberado a un hombre del espíritu inmundo que lo dominaba. Lleva ahora su acción a la casa. En Marcos, la casa es un símbolo de la comunidad, de esa Iglesia que se construye no sólo en los templos, sino sobre todo en lo cotidiano, en la convivencia. De hecho, esa casa de Simón se convertirá en el lugar que congrega y atrae a muchos hacia Jesús. 

Jesús cura a la suegra de Simón que tiene fiebre. Para ello, rompe varias "barreras" de convencionalismos religiosos y culturales: entrar en la alcoba de una mujer, tomarla de la mano (se consideraba impuros a gran parte de los enfermos, y tocar a alguien impuro "contagiaba" la impureza...), y curar en sábado. El descanso del sábado, para Jesús, no es un conjunto de normas, sino una oportunidad de cultivar lo que sana y construye a la persona. 

En la fiebre de aquella mujer, postrada en la cama, podemos ver un reflejo de los sufrimientos que narra Job en la primera lectura (Job 7, 1-4. 6-7), de las enfermedades, las miserias y de la falta de horizontes que hunden a tantas personas. "El Señor sana los corazones destrozados" (Salmo 146). 

También, esa fiebre (rodeada de barreras sociales) alude a otras fiebres, que con frecuencia nos debilitan y hacen caer: fiebres de prejuicios e ideologías, fiebres ambición que no dejan ver lo verdaderamente valioso, fiebres de búsqueda de placer que alejan de la verdadera felicidad, fiebres de  orgullos, de rencores... El Evangelio, hoy, nos invita a "ponernos el termómetro", a auscultar nuestra vida, para hablar de ellas a Jesús, como hacen Simón y Andrés. Para dejarle entrar en nuestra morada, y tomarnos de la mano, para que nos ponga en pie.  

Cuando Jesús levanta a esta mujer, le cura la fiebre y le trasmite su misma libertad: ella se pone a servirles, sin atarse a los preceptos del sábado. Curada por Jesús, el Servidor, ella también se hace servidora. 

El Evangelio también nos descubre, hoy, un aspecto fundamental de la vida de Jesús, que tiene que ver con su poder para curar, con su libertad, con su sabiduría: la oración. A pesar de haber tenido una jornada intensa, que se alargó en la noche, Jesús madruga, y en la oscuridad busca un momento para dialogar, profundamente, con el Padre. Lo hará también en otros momentos importantes, como al escoger los apóstoles, o cuando se sienta angustiado por la proximidad de su pasión y muerte. En ese diálogo cultiva el amor que le une al Padre y que le ayuda a vivir siempre en sintonía con su voluntad. Un día, los discípulos, intuyendo esta importancia de su oración, le dirán: "enséñanos a orar" (Lc 11,1)

De ahí le viene la lucidez y la misericordia con la que atiende a cuantos vienen a Él, en la noche (vienen a Jesús para que los cure, pero esperan a que pase el sábado: no siguen la libertad que Jesús enseña, permanecen atados a los convencionalismos y costumbres). Y, a la vez, no se deja atrapar por ellos, que pretenden retenerlo ("todo el mundo te busca"), y continúa su camino.

"Porque para eso he salido". Jesús vive en salida, va al encuentro de las gentes. Como hoy se nos pide a nosotros: vivir en salida, acercarnos a las periferias, a quien puede estar postrado o pedir nuestra ayuda desde su noche. Como hace Pablo: "me he hecho débil con los débiles... me he hecho todo a todos, para ganar, como sea a algunos"  (1 Cor 9, 16-23). Él conecta con la experiencia de la suegra de Pedro. Él también fue levantado y curado de fiebres (la fiebre de su autosuficiencia de cumplidor de la ley, la fiebre de su intransigencia...). Y ahora sirve, llevando el Evangelio, de balde. Vivir el Evangelio, hacerlo presente, servirlo, "para participar de sus bienes", para entrar en él.  


Lecturas de hoy (ciudadredonda.org)

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