domingo, 18 de febrero de 2024

"El Espíritu empujó a Jesús al desierto" (Mc 1, 12-15)

 

El Miércoles de Ceniza comenzamos el tiempo de Cuaresma, tiempo de preparación para vivir la Pascua, para renovar en ella nuestro Bautismo, nuestro seguimiento de Jesucristo. 

En estos domingos, las primeras lecturas nos irán llevando a través de las sucesivas alianzas que Dios hace con la humanidad, hasta anunciar (en el domingo V) la alianza nueva que Dios hará en los tiempos del Mesías, entregándonos su Espíritu para que podamos vivirla en verdad. En esa historia de alianzas aparecen reiteradamente, por una parte, la inconsistencia de la humanidad y su pecado, y por otra parte la fidelidad creativa de Dios, que una y otra vez vuelve a tender su mano y abre nuevos caminos. Hoy escuchamos la alianza que sigue al diluvio, una historia que, de manera simbólica (con un lenguaje oriental de hace tres mil años o más), alude a algo muy actual: cómo el pecado (egoísmo, falta de conciencia) provoca el desequilibrio, la catástrofe (pensemos, por ejemplo, en la crisis ecológica). Pero Dios, aun en medio de ello, salva y renueva. La primera carta de Pedro recuerda este relato, también de forma simbólica, enlazándolo con el bautismo, que nos une a Cristo Resucitado, el que se entregó por nosotros para conducirnos a Dios, y nos invita a poner nuestra realidad ante Él, orando que Él, con su Espíritu, nos ayude a vivir con una conciencia nueva, limpia, renovada.

Todo ello tiene que ver con el Evangelio que hoy escuchamos. El Espíritu empuja a Jesús al desierto, donde Él va a enfrentar sus tentaciones: las que le acecharán durante toda su vida.  para desenmascararlas y para así vencerlas siempre. 

El texto, tan breve, está lleno de alusiones y simbolismo. Los 40 días de Jesús en el desierto  recogen los 40 días que estuvo Moisés en el Sinaí, cuando recibió la Ley (Ex. 3,28), y los 40 años que anduvieron los hebreos por el desierto: el camino que los llevó de la esclavitud a la libertad, a convertirse en el pueblo de Dios. Jesús rehace ese camino y nos traerá la Ley definitiva. Por otra parte, Jesús es llevado al desierto como el chivo expiatorio del que habla el Levítico (Lv 10, 10). Un momento antes, Marcos nos mostraba a Jesús, proclamado por el Padre como su Hijo amado, en el bautismo en el que se había unido a los pecadores que recibían el bautismo de Juan (Mc 1, 1-11). Jesús, el Hijo amado, se hace cargo de nuestro pecado, de nuestra historia de división y de alejamiento de Dios, de nuestras tentaciones. Va al desierto para enfrentar el mal, y vencerlo. Y lo hace, como decía Pedro (1 Pe 3, 18), para conducirnos a Dios. 

Más aún: Jesús, en medio de las fieras y servido por los ángeles, es imagen de Adán, el primer ser humano, en el Paraíso (la literatura judía habla de cómo Adán vivía entre los animales, en una armonía que se rompió por su pecado, y era servido por los ángeles). Marcos nos está hablando de un nuevo comienzo, de la restauración del plan de Dios para la humanidad. Y para cada uno de nosotros. Así también podemos entender los versos siguientes: "se ha cumplido el plazo, el Reinado de Dios está cerca".

El Evangelio nos llama a a convertirnos. La Cuaresma nos empuja también a buscar momentos de soledad, de silencio, de "desierto". Para enfrentar, también, nuestras tentaciones. Y no se trata de un "recuento de pecados" repasando los Mandamientos, sino algo más hondo (¿cuánto de nuestra agresividad es miedo, cuánto de nuestro egoísmo y soberbia es inseguridad, cuánto de nuestra lujuria es ansia de amor y de hermosura...?). Nos llama a recomenzar nuestro camino de seguimiento de Jesús. ¿Qué hay de la alegría, de la paz, de amor de Dios que se nos ha transmitido en el bautismo? ¿Qué hay de las mejores experiencias de Dios que has vivido, donde has vislumbrado algo de esa paz y alegría, donde has sentido esa fuerza y ese ánimo?  Volver sobre nuestro camino vital, desde la Buena Noticia que Jesús nos ofrece y nos invita a creer: el Dios Abbá que Él conoce y nos invita a conocer, el que conoce nuestra historia y la mira con amor. Con Jesús, que se ha hecho nuestro hermano, somos invitados a rehacer nuestro camino, el que nos ha de llevar a Vida Nueva.  

"Cuenta una historia, que un día estaba Mullah en la calle, a cuatro patas, buscando algo, cuando se le acercó un amigo y le preguntó: – Mullah, ¿qué buscas? Y él le respondió: – Perdí mi llave. – Oh, Te ayudaré a encontrarla. Se arrodilló y luego preguntó: – ¿Dónde la perdiste? – En mi casa. – Entonces, ¿por qué la buscas aquí afuera? – Porque aquí hay más luz. 

Aunque parezca cómico, a veces nos pasa algo parecido... Nos cuesta más buscar dentro, y entrar en nuestros rincones oscuros... Pero podemos hacerlo, porque donde vayamos, nos acompaña la mirada del Maestro, que nos da luz"

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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