domingo, 5 de noviembre de 2023

“El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt. 22, 1-12)

 


El capítulo 23 de Mateo (del que escuchamos el principio) se enmarca en la controversia de Jesús con las autoridades judías, en Jerusalén. Jesús denuncia la hipocresía de los escribas y fariseos ("no hacen lo que dicen"...), su insensibilidad ante el agobio de la gente, que ellos mismos provocan con su interpretación rigorista de la Ley, y su búsqueda, ante todo, de reconocimiento social y de privilegios.

Y, como suele ser, Jesús va más allá, y su palabra nos ilumina e interpela, de diversos modos:

Por una parte, interpela a la forma como en la Iglesia vivimos la autoridad y el servicio a la comunidad. La lectura de la 1ª Carta de S. Pablo a los Tesalonicenses (1 Tes , 7b-9.13) nos sitúa también en esa perspectiva, al recordar la actitud de Pablo y los apóstoles que le acompañaban, al predicar el evangelio: delicadeza, esfuerzo "para no ser gravosos a nadie", gratuidad, entrega, amor. Esta imagen, en contraste con la de aquellos escribas y fariseos, muestra cómo debe ser la actitud de los pastores en la Iglesia. El Evangelio la expresa de forma aún más radical: en la comunidad cristiana todos somos discípulos y hermanos, y tenemos un solo maestro, que es Cristo, y un solo Padre. Y la actitud de quien se ponga al frente de la comunidad ha de ser el servicio, como ha vivido el propio Jesús. 

Estas palabras son particularmente actuales, en este tiempo en que la Iglesia está embarcada en el Sínodo, que busca cómo "caminar juntos", realizar esto que Jesús nos propone. Vale la pena que conozcamos la marcha de este proceso eclesial, para participar en lo posible 

Cabe apuntar también algo que Jesús afirma, en medio de su crítica de las autoridades. Su incoherencia de vida no anula la validez de la Palabra de Dios que ellos exponen ("haced lo que dicen"). Es un consejo que podemos recoger también hoy. Por desgracia, los pastores de la Iglesia, a veces, no están (no estamos) a la altura de la Palabra que proclamamos, que siempre nos sobrepasa. Eso no justifica nuestros fallos, que hemos de esforzarnos en evitar. Pero la incoherencia de sus pastores e instituciones no invalida el valor de la Palabra que la Iglesia transmite. Al contario, la Palabra nos urge, a todos, a abrir caminos de renovación. En último término, y como aconsejaba S. Juan de la Cruz, es a Cristo a quien hemos de tomar como modelo. Cuando la Iglesia falla, no es la fe lo que falla, sino nuestra falta de fe o nuestra forma errada de vivirla. 

Además, Jesús nos interpela a todos, al hablar de una serie de actitudes: ¿hasta qué punto pesa en cada uno de nosotros lo que "vea la gente", o en qué medida somos libres para vivir desde la verdad? ¿hasta qué punto nos seducen el reconocimiento social y los primeros puestos (excepto en los bancos de los templos, donde todo el mundo se pone atrás 😉) ? Y, sobre todo, ¿qué pasos podemos ir dando para que la comunidad cristiana concreta en que estamos sea más comunidad de hermanos, superando el individualismo y la forma anónima o pasiva con que muchas veces vivimos nuestra participación? 

El Evangelio de hoy se cierra (o más bien, nos abre a preguntarnos y reflexionar) con dos sentencias, que nos llaman a la humildad (que en el Salmo hemos contemplado como camino de paz) y a la disposición a servir. Es el camino de Jesús, el que por nosotros se humilló, y vino a servir y dar la vida. Son las actitudes que nos hacen crecer, que nos hacen grandes. 

Mirad que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer: poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco; si su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras?: hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la +, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como él lo fue, que no les hace ningún agravio ni pequeña merced; y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad, y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir; pues lo que hiciereis en este caso, hacéis más por vos que por ellas, poniendo piedras tan firmes que no se os caiga el castillo.
      Torno a decir que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser, adonde le hay.

                                            Teresa de Jesús, Moradas VII, 4, 8

Sínodo 2021-2024


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)



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