miércoles, 1 de noviembre de 2023

"Felices seréis..." (Mt 5, 1-12)

 

Celebramos la fiesta de Todos los Santos. Es una fiesta que nos invita a alegrarnos y dar gracias a Dios, recordando la huella y el testimonio que han dejado en el mundo (y siguen dejando) tantos seguidores de Jesús. En algunos casos, se trata de obras muy conocidas, y de historias muy conocidas. En muchos más, en incontables casos, actos y actitudes que sólo conocieron los cercanos, personas sencillas, pero no por ello menos valiosas, pues "el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen", (como decía Teresa de Jesús al final de las Moradas, VII, cap. 4, 15). 

Es una fiesta que también nos recuerda la vocación que cada uno de nosotros tiene a la santidad. No se trata tanto de una "perfección" exenta de errores y defectos (los santos que veneramos, a excepción de María, eran también pecadores y personas con debilidades), sino de vivir en el amor, de dar frutos de paz, de alegría, de ternura, de justicia y solidaridad... En el bautismo, nos hemos unido a Jesucristo, que comparte con nosotros su vida y su Espíritu. Espíritu que nos ayuda a desarrollar en plenitud nuestra vida y nuestras capacidades, desde el amor, allí donde estamos. La santidad es eso: desarrollar nuestra vida en plenitud, arraigados en Dios, amando como Jesús. 

El Evangelio los habla de vidas que se aventuran y alcanzan buenos frutos. Lo hace con términos chocantes para nuestro mundo, pero que se comprenden mirando a Jesús. El es la referencia más clara para comprenderlas, por sus propias actitudes y vida. Y porque nos revela al Dios que nos acompaña a todos y abre posibilidades nuevas de vida. 

En un mundo que piensa que sólo pueden ser felices los que tienen éxito, los satisfechos y poderosos (aunque muchas experiencias muestran que el poder, el "tenerlo todo" y el éxito son caminos muy dudosos), Jesús asegura que los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los perseguidos injustamente y los pobres tienen vidas llenas de valor y dignidad, que pueden llegar a plenitud, porque hay otra clave más importante para realizarse, que tiene que ver con el amor, y por tanto, con Dios. Un Dios capaz de abrir caminos de vida en cada situación. En el texto evangélico (como en la vida) esa iniciativa de Dios está continuamente presente, aunque escondida: cuando el texto dice "serán consolados, serán saciados..." es Dios quien sacia, consuela... (Jesús utiliza aquí una forma de expresión hebrea, que alude a Dios sin nombrarlo). Además, podemos participar de esa iniciativa de Dios, porque está en nuestra mano ser misericordiosos, capaces de compartir con sencillez, trabajar por la paz, ir buscando la limpieza de intenciones y de conciencia... y entrar así en esa nueva forma de vivir, la que Dios nos propone para realizarnos, la vida de Dios.

No hay dos santos iguales. Cada persona es singular, y el Espíritu potencia esa riqueza personal, con su creatividad. ¿Cómo es el camino que Dios va haciendo contigo?

En la Exhortación apostólica "Gaudete et Exultate", el Papa Francisco nos habla de esta vocación a la santidad, y en el capitulo tercero, hace un hermoso comentario de las Bienaventuranzas. Puedes leerla aquí


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)


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