domingo, 20 de marzo de 2022

"Fue a buscar fruto" (Lc 13, 1-9)

El judaísmo antiguo pensaba que Dios recompensaba a los buenos y castigaba a los malos, ya en esta vida. Este pensamiento, que en la propia Escritura ya se pone en cuestión (ése es uno de los grandes temas del libro de Job, que deja la respuesta en el misterio), aparece en el entorno de Jesús. Así, los discípulos, ante el ciego de nacimiento, preguntan "¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?" (Jn 9, 2). Y de manera parecida, hoy vemos a algunos preguntar a Jesús, impresionados por desgracias recientes (con el agravante de que la matanza de los galileos fue en un acto religioso). 

La actitud, aunque parezca ingenua, no está tan lejos de nosotros. El problema del mal en el mundo es una de las preguntas más angustiosas, porque ninguna explicación satisface. Y, sin querer, tendemos a explicaciones que nos hacen sentir a salvo, que nos hacen pensar que las desgracias les ocurren a personas que han cometido algún error o mal ("algo habrá hecho"). Lo que, entre otras cosas, contribuye a reforzar la exclusión de muchos, y a no afrontar reformas necesarias (como denuncia el Papa Francisco, hablando de nuestra sociedad proclive al descarte y la exclusión). Y, por cierto, hoy nos advierte san Pablo: "el que se cree seguro, cuídese de no caer" 1 Co 10,12)

Jesús propone un cambio de perspectiva. La cuestión no es encontrar una explicación (difícil, ante el misterio de la vida), sino saber situarnos nosotros. La respuesta no es teórica ni abstracta, sino personal: ¿cómo respondo yo ante lo que ocurre a mi alrededor? Sólo implicándome, puedo encontrar sentido. Así, Jesús habla de conversión (μετανοῖεν), una palabra que, originariamente, se refiere a eso: a un cambio en la forma de orientarnos, de situarnos. Para que nuestra vida no se vea arrastrada por la corriente. En consonancia con ello, Pablo, en la Carta a los Corintios, (1 Co 10, 1-6. 10-12), advierte que no basta con haber sido testigos e incluso beneficiarios de la acción de Dios, es necesaria nuestra actitud personal (no codiciar el mal, no entregarnos a la murmuración...). Un arrepentimiento o conversión que no es sólo un sentimiento, sino una actitud que da frutos. 

Una conversión que ha de dar frutos, y que es proceso. El pasaje del Evangelio de hoy termina con una parábola que nos recuerda la paciencia de Dios, que espera (nos espera: espera en nosotros), que da oportunidad; y que habla de procesos, para llegar a dar fruto. 

¿Dónde tengo que cavar, qué estiércol ha de abonar mi capacidad de dar fruto? Cabe ahí recordar que la palabra "humildad" tiene relación con el humus: habla del contacto con la propia tierra, y de la fertilidad que nace de la elaboración de lo que cayó a tierra y lo que inicialmente eran sólo desechos).

En este día siguiente a la fiesta de San José, podemos recordar algunos párrafos de la Patris Corde: 

nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas () el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia.

Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar ()

La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo.

 José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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