sábado, 12 de marzo de 2022

"Este es mi Hijo, el elegido: escuchadle" (Lc 9, 28-36)


La lectura del Génesis (15, 5-18) y el Evangelio nos narran experiencias intensas del misterio de Dios. En la primera, Dios se revela a Abraham y, usando las formas y ritos de los pactos de entonces, se compromete en alianza con él, prometiéndole una tierra y una descendencia. 

Por su parte, la escena que Lucas nos presenta acontece "ocho días después" (Lc 9, 28) de que Jesús haya anunciado a los discípulos su Pasión en Jerusalén, y haya dicho "si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Lc 9, 22-23). En la Transfiguración, se revela a los discípulos, por un momento, la luz interior que tiene ese camino de Jesús, que se les presentaba oscuro e incierto. Es un atisbo de la luz de la Resurrección, que ellos aún no comprenden, y por eso guardan en silencio. En esta manifestación, la próxima muerte (éxodo, dice Lucas) de Jesús está también presente, es el "tema" de la conversación que tienen con Jesús Moisés y Elías, que aquí vienen a resumir la Ley y los Profetas: toda la Revelación anterior de Dios (también la alianza con Abraham) converge hacia la entrega de Jesús, su muerte y resurrección. Esta es la gloria que vieron Pedro, Santiago y Juan (quien comenzará su relato evangélico diciendo "hemos contemplado su gloria" Jn 1, 14). Una gloria que no tiene que ver con el esplendor de una estrella mediática, ni con la demostración de dominio de un poderoso, sino con el amor que se entrega y da vida. S. Ireneo (cuyo maestro fue S. Policarpo, discípulo de Juan), dirá que "la gloria de Dios es que el hombre viva".

La Transfiguración revela la luz y la gloria que habitan al interior de todo camino de entrega, de fidelidad, de amor. Es la presencia de Dios, y su amor insospechadamente apasionado y creador, que se esconde en lo cotidiano de la vida. La tradición de la Iglesia ha leído este relato como un testimonio y una invitación a la contemplación, a una oración que afina nuestra mirada para ver más hondo, para descubrir esta presencia y esta luz en medio de la vida concreta, con todo lo que lleva de incertidumbres, alegrías y dificultades. Una oración que es encuentro intenso, profundo, no para quedarse en un "bienestar espiritual" (como se le ocurrió a Pedro, "sin saber lo que decía") , sino para hacerse escucha de Cristo, para bajar del monte al terreno de la vida cotidiana y sus tareas, para seguir a este "Jesús solo" (Lc 9, 36) que continúa su camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua. 

«nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes corrientemente olvidadas que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: (…) tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. [] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos». Todos pueden encontrar en san José el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en segunda línea tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”. 
(Francisco, Patris Corde)


Evangelio de hoy (www.dominicos.org)

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