La ambición de estos discípulos desata (como siempre) las rivalidades y divisiones en el seno de la comunidad. Jesús los reúne, con su palabra y ejemplo. Y es que Él se entregará "para reunir a los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52). A diferencia del mundo, y de su juego de poderes que trae opresión y luchas, Jesús propone el amor que se entrega como principio de la verdadera autoridad, la que viene de Dios, quien por amor nos ha creado y por amor se ha entregado por nosotros. La que puede hacer germinar una vida diferente, y hasta un mundo diferente.
Al leer este evangelio en la Eucaristía, en comunidad de bautizados que se acerca a compartir el Pan y el Cáliz del Señor, me pregunto hasta qué punto he comprendido el Evangelio que escucho y el Misterio que celebro, hasta qué punto me he acercado a la propuesta de Jesús, a su estilo de vida, al amor que lo sustenta. Y recojo las palabras de la carta a los Hebreos (Heb 4, 14-16), que nos invita a acercarme con confianza a Él y a su gracia, que se compadece de nuestras debilidades, "para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente"
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