Contemplamos hoy a María en medio de la comunidad cristiana (Hch 1, 14), sosteniendo, alentando su perseverancia en la oración, que los prepara para acoger el Espíritu de Dios. Como aquella columna de fuego y nube con la que Dios guiaba y alumbraba al pueblo en su camino por el desierto (Ex 13, 21), María es para nosotros referencia luminosa, que nos invita a construir nuestra vida sobre Jesús, el verdadero cimiento (Mt 7, 24; 1 Cor 3, 11). Su sencillez abierta a Dios nos invita a, como buenos constructores, poner en él el centro de gravedad de nuestra vida, apoyar en Él nuestras cargas, trazar desde su Palabra las líneas fundamentales de nuestro actuar.
Sólo María gestó y amamantó a Jesús. Pero nosotros podemos encarnar, hacer realidad sus palabras, sus gestos, e incluso sus sentimientos (Flp 2, 11), encarnar su Paz, su Alegría, participar en su experiencia del amor del Padre. Y esto es, precisamente, ser cristiano. María, madre y maestra, nos enseña y acompaña.
Tú me haces comprender, ¡oh Reina de los santos!,
que no me es imposible caminar tras tus huellas.
Nos hiciste visible
el estrecho camino que va al cielo
con la constante práctica de virtudes humildes
(Santa
Teresa de Lisieux, Por qué te amo, María)
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)
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