Jesús señala la cuestión fundamental: dónde ponemos nuestra confianza. Y señala que salvarse es imposible para los hombres. Nadie puede salvarse con sus propios recursos, con sus propias fuerzas ni con sus propios méritos. Sólo con Jesús podemos entrar en la Vida. Por eso vale la pena dejarlo todo por Él, para encontrarlo todo en Él.
La carta a los Hebreos (Heb. 4,12-13), hablándonos de la Palabra que conoce los deseos del corazón, y entra hasta lo más sutil y lo más escondido, nos invita a un discernimiento ante este Evangelio: hoy, ¿qué es lo que Jesús me invita a poner a disposición de Él y de los demás ("vende lo que tienes, dáselo a los pobres"), para seguirle?
Nos invita, previamente, a acoger su mirada, que se posa con cariño sobre nuestra realidad. Con el salmo oramos: "Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría" (Sal 89,14)
“¿Cómo puedes preguntarme si puedes tú amar a Dios como le amo yo...? (...) Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los queme dan la confianza ilimitada que tengo en mi corazón. A decir verdad, las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande.(...) Lo que le agrada [a Dios] es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Éste es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...?
La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor”.
Teresa
de Lisieux, Carta
Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)
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