Contrasta la actitud de los discípulos, que no comprenden y les da miedo preguntar (¿miedo de que Jesús vea lo lejos que están de su mensaje? ¿Miedo de que Jesús les lleve "más adentro" en esa propuesta que a ellos les repele?), con la de Jesús, que, precisamente, pregunta, entra en diálogo con ellos, con sus motivaciones e ideas. Una vez más, Jesús nos invita también a nosotros a hacer camino con Él, a abrirle nuestros sentimientos (con sus contradicciones...), nuestros deseos, nuestros planes, nuestros planteamientos.
Aparece ahí la pretensión de ser importante. Una pretensión a la que alude la carta de Santiago, en la que se habla de envidias, de rivalidades... Y Santiago nos dice que la sabiduría que viene de Dios es "comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia" (St. 3, 17-18). Esa sabiduría hoy aparece en la palabra de Jesús. Él que nos invita a orientar ese deseo de ser importantes, asumiendo su mismo lugar, el de Él que ha venido a servir. Y en su gesto. Abrazando a un niño, que en aquella sociedad era alguien "que no cuenta" (cfr. Mt 14, 21, p.ej.), Jesús habla de una acogida y una ternura que deja a un lado pretensiones e intereses, para alcanzar la persona; una actitud que abre el corazón a lo que Jesús transmite, y a su misma presencia, a la ternura de Dios. Y nos invita a dejarnos abrazar también por Él, en nuestra pequeñez y pobreza.
Sólo el amor nos hace importantes.
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