Una radicalidad no excluyente. La tendencia a "marcar territorio", a dejar fuera a quienes "no son de los nuestros", no es de Jesús. Él nos habla del Padre que acoge y ama a todos. Y subraya su generosidad, que no deja sin recompensa cualquier gesto, por pequeño que sea. La Iglesia, como subraya el Concilio Vaticano II, ha de tender la mano para colaborar con todos aquellos que trabajan por la paz y la justicia, todos cuantos luchan contra el mal (expulsar demonios), ser capaz de reconocer la acción del Espíritu que obra también fuera de límites visibles de la Iglesia
Una radicalidad que busca el bien. Jesús advierte con severidad a quien haga caer a un pequeño (hacer caer, ése es el sentido del término escandalizar). Tras abrir para todos la posibilidad de hacer bien en su nombre, y valorar los gestos pequeños, Jesús subraya la responsabilidad de hacer el bien, nunca el mal, especialmente ante los más débiles.
Una radicalidad que exige un trabajo personal para identificar y purificar nuestras actitudes. Los términos drásticos que siguen hablan de "cortar por lo sano" con actitudes (mano), caminos (pie), enfoques o miradas (ojo) que nos aparten de Jesús. Nos invitan a purificar, con decisión, nuestro corazón y nuestra vida para seguir a Cristo con autenticidad.
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)
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