sábado, 9 de enero de 2021

"Tú eres mi Hijo amado" (Mc 1, 7-11)

 

Siglos atrás, los hebreos habían cruzado el Jordán para entrar en la tierra prometida (Josué, 1). Juan Bautista, en el mismo río, bautizaba a los que querían prepararse para un nuevo tiempo. Era un bautismo de conversión, para acoger el reino de justicia y verdad que había de traer el Mesías.

Jesús comienza su misión con ese bautismo. El que no tiene pecado se hace uno más en esa fila de pecadores que buscan la luz. Y en ese gesto se revela la Trinidad: se oye la voz del Padre, y el Espíritu que se posa sobre Jesús y lo acompañará siempre. 

Este gesto revela el sentido de la misión de Jesús, y revela a Dios, que se hace solidario de una humanidad pecadora, que entre tropiezos y caídas, quiere caminar hacia la verdad y el amor. Cristo asume nuestro camino imperfecto, nuestra vida herida, para sanar ("Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos": así resume Pedro su vida en Hch 10,38). Se hace nuestro hermano, para que nosotros podamos acoger también esa voz del Padre, que estamos llamados a guardar en el corazón: "Tú eres mi hijo amado. En ti me complazco".

En el bautismo, acogimos ese regalo que Dios nos hace, esa vinculación con Cristo que abre nuestra vida a la dimensión del Espíritu. Para participar de la vida de Cristo, para recibir su Espíritu, para construir la Iglesia como comunidad, para pasar, como Él, haciendo el bien.  

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)



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