viernes, 14 de agosto de 2020

"Proclama mi alma la grandeza del Señor" (Lc 1, 39-56)

 


María nos precede, como hermana mayor y como madre. Al contemplarla disfrutando de la vida de Dios plenamente, en cuerpo y alma, nos asomamos al destino que Dios nos tiene reservado, que nos ofrece a cada uno.
 
Por otra parte, la devoción del Pueblo de Dios, que hoy celebra a María en múltiples advocaciones y en miles de iglesias y ermitas, en pueblos y ciudades, nos ayuda a comprende que María, elevada al cielo, no está lejos, sino muy cerca de nuestra tierra concreta, atenta a los asuntos que nos preocupan. Participando de esa cercanía que tiene Dios a cada persona. 

Y el Evangelio nos revela el secreto de su vida y de su gloria: "dichosa tú, que has creído" (Lc 1, 45); "dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11, 28, en la Misa de la vigilia). María no espera que la admiremos en un pedestal, sino que sigamos su ejemplo. Nos precede también en el seguimiento de Jesús, que es el camino de la Vida 




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