jueves, 9 de abril de 2020

“Los amó hasta el extremo” (Jn 1, 1-15)



Jesús sabe lo que llega, y siente también su alma turbada (Jn 13, 21). Es un momento desolador: será condenado y morirá como un maldito; los suyos lo abandonarán y se dispersarán; uno de ellos lo traicionará… el fracaso y el sinsentido lo cercan.

Y es precisamente en esas circunstancias, que Jesús realiza el gesto de amor extremo. Que es también gesto de confianza en el Padre, de quien viene y a quien vuelve.

La Cena del Señor es el pórtico de la Pascua. Esta mesa, la de la Eucaristía, recoge el sentido de la Pascua. Antes de entregar su vida en la Cruz, Jesús la entrega a sus discípulos –a nosotros- en esta mesa. En el pan y el vino pone su vida, su presencia, todo lo que hay en su corazón, su Espíritu, y la Vida Nueva que él va a inaugurar en la Pascua. Más de lo que somos capaces de comprender.

Jesús nos sienta a su mesa, nos invita a compartir también nosotros con Él: compartir con Él nuestras dificultades y debilidades, de nuestros proyectos, lo que tenemos y lo que nos falta, para dejarle entrar y sanarnos, guiarnos, llenarnos de su alegría y su paz.

“Haced esto en memoria mía”. No es sólo el rito litúrgico, sino todo lo que implica: vivir como Jesús nos enseña, como Él ha vivido. Así podremos llegar a sentir lo que Él tiene en su corazón.

Amar como Él, que es amar desde Él. Apoyarnos en su amor, que amó primero (1 Jn 4, 19). Aprender de Él a amar.



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