Jesús sabe lo que
llega, y siente también su alma turbada (Jn 13, 21). Es un momento desolador: será
condenado y morirá como un maldito; los suyos lo abandonarán y se dispersarán;
uno de ellos lo traicionará… el fracaso y el sinsentido lo cercan.
Y es precisamente
en esas circunstancias, que Jesús realiza el gesto de amor extremo. Que es
también gesto de confianza en el Padre, de quien viene y a quien vuelve.
La Cena del Señor
es el pórtico de la Pascua. Esta mesa, la de la Eucaristía, recoge el sentido
de la Pascua. Antes de entregar su vida en la Cruz, Jesús la entrega a sus
discípulos –a nosotros- en esta mesa. En el pan y el vino pone su vida, su
presencia, todo lo que hay en su corazón, su Espíritu, y la Vida Nueva que él
va a inaugurar en la Pascua. Más de lo que somos capaces de comprender.
Jesús nos sienta
a su mesa, nos invita a compartir también nosotros con Él: compartir con Él
nuestras dificultades y debilidades, de nuestros proyectos, lo que tenemos y lo
que nos falta, para dejarle entrar y sanarnos, guiarnos, llenarnos de su
alegría y su paz.
“Haced esto en
memoria mía”. No es sólo el rito litúrgico, sino todo lo que implica: vivir
como Jesús nos enseña, como Él ha vivido. Así podremos llegar a sentir lo que
Él tiene en su corazón.
Amar como Él, que
es amar desde Él. Apoyarnos en su amor, que amó primero (1 Jn 4, 19). Aprender
de Él a amar.
Lecturas de hoy: https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
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