Ahora ha llegado aquel tiempo en
que todo vuelve a comenzar, a saber, el anuncio de la Pascua venerable, en la que
el Señor fue inmolado. Nosotros nos alimentamos, como de un manjar de vida, y
deleitamos siempre nuestra alma con la sangre preciosa de Cristo, como de una
fuente (...) nuestro Salvador está siempre a disposición de los sedientos y,
por su benignidad, atrae a la celebración del gran día a los que tienen sus
entrañas sedientas, según aquellas palabras suyas: El que tenga sed, que venga a mí y que beba.
No sólo
podemos siempre acercarnos a saciar nuestra sed, sino que además, siempre que
se lo pedimos, se nos concede acceso al Salvador. El fruto espiritual de esta
fiesta no queda limitado a un tiempo determinado, ni conoce el ocaso su
radiante esplendor, sino que está siempre a punto para iluminar las mentes que
así lo desean. (...)
Esta fiesta
nos sostiene en medio de las miserias de este mundo; y ahora es cuando Dios nos
comunica la alegría de la salvación, que irradia de esta fiesta, ya que en
todas partes nos reúne espiritualmente a todos en una sola asamblea, haciendo
que podamos orar y dar gracias todos juntos, como es de ley en esta fiesta.
Éste es el prodigio de su bondad: que él reúne para celebrarla a los que están
lejos y junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados
De las
cartas pascuales de San Atanasio, obispo
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