jueves, 2 de abril de 2020

“El Señor se acuerda de su alianza eternamente” (Salmo 104. Jn 8, 5-159)



A pesar de la hostilidad, Jesús sigue presentándose, de manera cada vez más completa y clara: Él es el Hijo de Dios, y su palabra va más allá de las palabras humanas, tiene capacidad para dar vida.

Las lecturas de hoy esbozan, en dos trazos, la historia de la salvación, que es historia de alianzas: Dios ofrece su amistad y se compromete con la humanidad, en una serie de encuentros y acciones cada vez más amplias, más generosas, más creadoras de vida. En la primera alianza, Dios ofreció a Abraham una tierra y una descendencia, algo que parecía imposible para un nómada y para un matrimonio estéril. Ahora, en Jesús, Dios mismo comparte nuestra vida, y nos ofrece vida plena y eterna. Abraham, considerado padre de todos los creyentes, desborda de alegría al ver esta plenitud.

Y nosotros, descendientes de Abraham, somos llamados a vivir con alegría y con esperanza, en medio de las dificultades presentes. Nos acompaña la palabra y la presencia de Jesús, que tiene una capacidad insospechada para abrir nuevos caminos, para renovarnos, para dar vida.

Vengo a adorarte (Hillsong)


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