Y nos acerca a su
venida al mundo, de la mano de José. José aparece en el Evangelio como “el
silencio junto a la Palabra”. Y nos invita, en medio del bullicio de estos
días, a buscar un espacio de silencio, de contemplación, para acoger el
Misterio de Dios que viene a nosotros.
Misterio porque es
comunicación de la Vida de Dios: es algo que no podemos “definir” o atrapar en
palabras o razonamientos. La podemos recibir desde una actitud vital de acogida,
de disponibilidad, de capacidad de compartir…
El Evangelio nos transmite la perplejidad de José, y el “camino interior” que él hace para
situarse ante ese Misterio que se encarna en María, su mujer. Nos muestra a un
hombre “justo”: no porque se siente
justificado y seguro por cumplir una ley. La justicia de José será la
disponibilidad, la capacidad de “ajustarse”
al plan de Dios, aun sin entenderlo todo. De colaborar con Dios y hacerse cargo
de Jesús y de María, sin protagonismo.
En estos últimos días,
como preparación inmediata a la Navidad, el Evangelio nos invita también a
buscar momentos de silencio y oración; y a situarnos ante la realidad que nos
rodea: a acoger, a ser capaces de hacernos cargo, sin protagonismos ni
evasiones...
Es frecuente interpretar la duda de José como desconfianza
sobre el origen del niño que espera María. Sin embargo, algunos Padres de la
Iglesia (como S. Juan Crisóstomo), y varios indicios del propio texto (p. ej., el
ángel dice a José “no temas”),
apuntan en otra dirección. Es lógico pensar que, estando desposados, hubiera
entre María y José la suficiente confianza para que María contara a José el
anuncio del ángel, y José la creyera. Pero esto pone a José en una situación
inaudita: en los anteriores relatos bíblicos de nacimientos por intervención de
Dios, el padre de familia siempre tenía un lugar central, y no se hacía nada
sin contar con él (en el caso de Sansón, ni siquiera conocemos el nombre de su madre,
y cuando se le aparece el ángel, ella corre a buscar a su marido Manoj. Para el
nacimiento de Juan el Bautista, el ángel se aparece a Zacarías, aunque él esté
poco dispuesto a creer). Es inaudito que Dios actúe sin contar antes con José.
Y que María responda por sí misma, sin consultarle primero. En consecuencia,
José puede pensar que no hay sitio para él en esa historia, y puede temer recibir
a María como esposa “porque la criatura
que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
El anuncio del ángel a José le explica, precisamente, que él
sí tiene una misión: “Tú le pondrás por
nombre Jesús”. María trae a Jesús al mundo, y José lo introduce en la
sociedad. José acepta, por otra parte, no estar en el lugar primordial que le
correspondía a un patriarca judío, sino estar detrás de Jesús (el que trae la salvación)
y de María. El silencio de José es el de un hombre capaz de actuar sin hacerse
notar, de servir sin buscar protagonismo. Como el Hijo a quien sirve, que ha
venido “a servir y dar la vida en rescate
por muchos” (Mc 10, 45).

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