Contemplamos a María, que con su Sí abre la historia de la
humanidad a Dios, a su salvación. Y en ese Sí humilde y lleno de
disponibilidad, atisbamos una vida transparente a la acción de Dios, libre de
intereses, de interferencias que obstaculicen u opaquen su obrar.
Miramos a María, la madre de misericordia, la que Jesús nos
ha dado por madre. En ella encontramos plenamente realizada la obra de la
gracia, del Amor de Dios, que en nuestras vidas va afanosamente realizándose.
Y por eso María es para nosotros luz de esperanza. Como
escuchamos en la carta de Pablo a los Efesios, sabemos que Dios nos ha llamado
a participar de esa plenitud de vida. A través de Jesucristo, “El nos ha destinado a ser sus hijos”, “a ser santos e intachables ante él por el
amor”.
Y le pedimos a María, la llena
de gracia, que nos enseñe a abrir nuestra vida a la gracia de Dios, a su
amor.

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