Este signo
inaugural de Jesús apunta también al sentido de toda su misión. Y así, Juan
habla de la Hora de Jesús, de su gloria, y de María, que estarán presentes en el
momento de la cruz. Coloca así los demás hechos y dichos de Jesús entre estos
dos momentos (Caná y la Cruz) que revelan la obra de Jesús, lo que Él es para
nosotros.
Y la imagen que expresa esto es un banquete de bodas:
celebración desbordante del amor, que nos habla de la vida sobreabundante de
Dios.
Este pasaje de Caná está lleno de detalles significativos. Nos
habla (entre otras muchas cosas) del paso del Antiguo Testamento al Nuevo, al
tiempo de Jesús. La religiosidad de la Ley se agota: “no tienen vino”. Y Jesús
trae el “vino bueno”. Lo hace,
sin embargo, recogiendo la enseñanza del Antiguo Testamento, su esfuerzo de purificación. El agua de esas tinajas, que se han llenado hasta arriba, Jesús lo transforma en el vino excelente. Una
vez más, se entrelaza el trabajo humano con la obra gratuita de Dios, que tiene
caminos sorprendentes (diferentes de los de “todo el mundo”). Quien sabe de
dónde venía ese vino son los sirvientes, los que han hecho lo que Jesús
decía, y se han vuelto un poco semejantes a aquél que está “en medio de vosotros como el que sirve” (Lc
22, 27).
María acompaña este camino, y nos enseña a orar: Con una
mirada atenta a las necesidades que hay a su alrededor. Con una delicadeza que
no le dice a Jesús lo que ha de hacer, sino simplemente expone confiadamente la
situación. Con constancia, que no se rinde ante la aparente falta de respuesta
de Jesús (esas palabras, que también se podrían traducir como “¿y qué tenemos que ver tú yo con esto?”,
y que expresan la distancia entre Dios y el hombre, el misterio: la oración es
eficaz pero no automática). Con una actitud comprometida, dispuesta a hacer lo
que Él nos dice. Porque la oración es diálogo “de ida y vuelta” entre Dios y nosotros.
Caná nos habla también del valor del matrimonio. Ésta es la
mejor imagen que encuentra la Biblia para hablar del amor de Dios, fecundo, y
de su compromiso con la humanidad. Por eso el matrimonio es para nosotros
sacramento: signo de ese amor, y cauce para vivirlo. Isaías evoca nuestra
vocación de ser, con nuestra vida, testigos de este amor en el mundo. “Por amor a Sión no callaré, por amor de
Jerusalén no descansaré…” (Is
62, 1-5)
Estamos, además, en la Semana de Oración por la unidad de
los cristianos. San Pablo (1 Cor 12, 4-11) nos habla del mismo “Dios que obra todo en todos” y nos invita a unir nuestras diferentes
sensibilidades y caminos “para el bien
común”. El lema de este año, “¿Crees
esto?” (Jn 11, 26) nos remite a la fe que todos los cristianos (de las
distintas confesiones) tenemos en Cristo, Dios y hombre verdadero, como lo
definió, hace ahora 1.700 años, el Concilio de Nicea. Anímate a intentar
participar en alguno de los momentos de oración ecuménica que se realizan en tu
ciudad.
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