sábado, 18 de enero de 2025

"Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 1-11)


 Terminábamos el tiempo de Navidad con la manifestación de Jesús como Hijo de Dios en su Epifanía y en el Bautismo. Hoy contemplamos “el primero de los signos, que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria”.  Y entramos en el tiempo ordinario con la última palabra que María nos deja en el Evangelio: “Haced lo que él os diga”.

Este signo inaugural de Jesús apunta también al sentido de toda su misión. Y así, Juan habla de la Hora de Jesús, de su gloria, y de María, que estarán presentes en el momento de la cruz. Coloca así los demás hechos y dichos de Jesús entre estos dos momentos (Caná y la Cruz) que revelan la obra de Jesús, lo que Él es para nosotros.

Y la imagen que expresa esto es un banquete de bodas: celebración desbordante del amor, que nos habla de la vida sobreabundante de Dios.

Este pasaje de Caná está lleno de detalles significativos. Nos habla (entre otras muchas cosas) del paso del Antiguo Testamento al Nuevo, al tiempo de Jesús. La religiosidad de la Ley se agota: “no tienen vino”. Y Jesús  trae el “vino bueno”. Lo hace, sin embargo, recogiendo la enseñanza del Antiguo Testamento, su esfuerzo de purificación. El agua de esas tinajas, que se han llenado hasta arriba, Jesús lo transforma en el vino excelente. Una vez más, se entrelaza el trabajo humano con la obra gratuita de Dios, que tiene caminos sorprendentes (diferentes de los de “todo el mundo”). Quien sabe de dónde venía ese vino son los sirvientes, los que han hecho lo que Jesús decía, y se han vuelto un poco semejantes a aquél que está “en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27).

María acompaña este camino, y nos enseña a orar: Con una mirada atenta a las necesidades que hay a su alrededor. Con una delicadeza que no le dice a Jesús lo que ha de hacer, sino simplemente expone confiadamente la situación. Con constancia, que no se rinde ante la aparente falta de respuesta de Jesús (esas palabras, que también se podrían traducir como “¿y qué tenemos que ver tú yo con esto?”, y que expresan la distancia entre Dios y el hombre, el misterio: la oración es eficaz pero no automática). Con una actitud comprometida, dispuesta a hacer lo que Él nos dice. Porque la oración es diálogo “de ida y vuelta” entre Dios y nosotros.

Caná nos habla también del valor del matrimonio. Ésta es la mejor imagen que encuentra la Biblia para hablar del amor de Dios, fecundo, y de su compromiso con la humanidad. Por eso el matrimonio es para nosotros sacramento: signo de ese amor, y cauce para vivirlo. Isaías evoca nuestra vocación de ser, con nuestra vida, testigos de este amor en el mundo. “Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré…(Is 62, 1-5)


Estamos, además, en la Semana de Oración por la unidad de los cristianos. San Pablo (1 Cor 12, 4-11) nos habla del mismo “Dios que obra todo en todos”  y nos invita a unir nuestras diferentes sensibilidades y caminos “para el bien común”. El lema de este año, “¿Crees esto?” (Jn 11, 26) nos remite a la fe que todos los cristianos (de las distintas confesiones) tenemos en Cristo, Dios y hombre verdadero, como lo definió, hace ahora 1.700 años, el Concilio de Nicea. Anímate a intentar participar en alguno de los momentos de oración ecuménica que se realizan en tu ciudad.

Textos y materiales para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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