En medio de la desolación
y la muerte que ha dejado la DANA, van brotando testimonios de
humanidad: personas que lo han perdido casi todo, pero reparten lo poco que le
queda; gente que se organiza como puede para ayudar; militares y profesionales que
se esfuerzan de forma impagable para
salvar vidas y paliar el desastre… Como nos dice hoy san Juan, somos hijos de
Dios, aunque eso no resulta evidente en este mundo, que muchas veces no conoce
a Dios. Dios ha puesto en nuestros corazones algo de su vida, su capacidad de
amar.
Hablar de santidad es hablar de esa vida de Dios, que es
fuente de bondad y hermosura, de paz y solidaridad. Que es, a la vez, lo que
nos hace más humanos. Es hablar de vida humana desarrollada en plenitud.
Plenitud dentro de cabe en las situaciones concretas y limitadas (a veces
trágicas) de nuestra existencia. Por eso, no significa que todo salga bien, ni
siquiera es acertar o hacerlo todo bien (los santos también tuvieron sus
debilidades y fallos). Tiene que ver, más bien, con el amor, con el empeño de “pasar haciendo el bien”, como nuestro
Maestro (Hch 10,38); y el apoyarnos, desde nuestra fragilidad, en Dios que nos
ama incondicionalmente.
Escuchamos hoy, una vez más, el Evangelio (Buena Noticia)
de las Bienaventuranzas. Son caminos
de vida, cada uno con muchas dimensiones, que se pueden entender mirando a
Jesús, el modelo de todas ellas.
Hoy damos gracias a Dios por todos los que han vivido
así, y van dejando, en el mundo, huellas de la bondad y hermosura de Dios. Y
recordamos que también nosotros llevamos esa vida, y estamos llamados a
cultivarla.
La conmemoración de los Difuntos es independiente de la de hoy (aunque se tienden a solapar, porque se aprovecha este día de fiesta para visitar los cementerios). Aunque guarda, en el fondo, relación. Ese rastro de vida que los santos (conocidos o anónimos) han dejado en el mundo, es testimonio de la fuerza del Espíritu, de la Vida de Dios, más fuerte que la muerte. La que Cristo manifestó en su Resurrección, y que comparte con nosotros. Por eso recordamos a nuestros difuntos con esperanza.
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