viernes, 1 de noviembre de 2024

Bienaventurados (Mt 5, 1-12)

 

En medio de la desolación  y la muerte que ha dejado la DANA, van brotando testimonios de humanidad: personas que lo han perdido casi todo, pero reparten lo poco que le queda; gente que se organiza como puede para ayudar; militares y profesionales que se esfuerzan  de forma impagable para salvar vidas y paliar el desastre… Como nos dice hoy san Juan, somos hijos de Dios, aunque eso no resulta evidente en este mundo, que muchas veces no conoce a Dios. Dios ha puesto en nuestros corazones algo de su vida, su capacidad de amar.

Hablar de santidad es hablar de esa vida de Dios, que es fuente de bondad y hermosura, de paz y solidaridad. Que es, a la vez, lo que nos hace más humanos. Es hablar de vida humana desarrollada en plenitud. Plenitud dentro de cabe en las situaciones concretas y limitadas (a veces trágicas) de nuestra existencia. Por eso, no significa que todo salga bien, ni siquiera es acertar o hacerlo todo bien (los santos también tuvieron sus debilidades y fallos). Tiene que ver, más bien, con el amor, con el empeño de “pasar haciendo el bien”, como nuestro Maestro (Hch 10,38); y el apoyarnos, desde nuestra fragilidad, en Dios que nos ama incondicionalmente.

Escuchamos hoy, una vez más, el Evangelio (Buena Noticia) de las Bienaventuranzas. Son caminos de vida, cada uno con muchas dimensiones, que se pueden entender mirando a Jesús, el modelo de todas ellas.

Hoy damos gracias a Dios por todos los que han vivido así, y van dejando, en el mundo, huellas de la bondad y hermosura de Dios. Y recordamos que también nosotros llevamos esa vida, y estamos llamados a cultivarla.

 

La conmemoración de los Difuntos es independiente de la de hoy (aunque se tienden a solapar, porque se aprovecha este día de fiesta para visitar los cementerios). Aunque guarda, en el fondo, relación. Ese rastro de vida que los santos (conocidos o anónimos) han dejado en el mundo, es testimonio de la fuerza del Espíritu, de la Vida de Dios, más fuerte que la muerte. La que Cristo manifestó en su Resurrección, y que comparte con nosotros. Por eso recordamos a nuestros difuntos con esperanza.


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