domingo, 23 de junio de 2024

"¿Aún no tenéis fe? (Mc 4, 35-41)

 

El mar embravecido era, para Israel, ejemplo de las fuerzas de la naturaleza, admirables y temibles, que pueden desatar un caos capaz de engullir y destruir a la persona. Hoy, la Palabra nos muestra a Dios como el que es capaz de dominar esas fuerzas, poniendo orden y paz el que puede serenar la tormenta (y lo que nos atormenta). Y por eso nos invita a la confianza.

La primera lectura sitúa la fe en un contexto de dolor. Job, desde un sufrimiento atroz, ha clamado a Dios. En la respuesta de Dios se hace ver cómo Él conoce todo, lo ha creado y mantiene su orden. Pero hay un “algo más” que queda en misterio. El libro no termina de dar una explicación ante el mal y el dolor que campan por el mundo y se han cebado en Job. Sin embargo, Dios ha salido a su encuentro, (“antes te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” Job 42,5), y en ese encuentro responde, verdaderamente, a su clamor, y restaura a Job.

En el Evangelio, Jesús dice a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Esa otra orilla es un territorio semipagano (la Decápolis) donde van a encontrarse, precisamente, con situaciones de sufrimiento y destrucción de la persona: el endemoniado de Gerasa, la hija moribunda de Jairo… La premura del relato (“se lo llevaron en barca, como estaba”) sugiere que apenas están preparados para la travesía. Es el atardecer del día en que Jesús hablaba del Reino de Dios a través de parábolas, y pronto cae sobre los discípulos la noche, la oscuridad y la tormenta. Entre líneas, podemos leer, en este relato, las desavenencias e incertidumbres, las dificultades y peligros en que se veía la Iglesia en su misión, cuando Marcos escribía estas líneas. Y también las nuestras.

Mientras, Jesús duerme. Parece no tener respuesta para la desorientación y las fatigas de los discípulos. Estos, al final, claman al maestro con unas palabras que expresan su pavor (casi, desesperación). Y Jesús se pone en pie y calma la tempestad. Muestra su capacidad para dominar vientos y realidades que parecían ingobernables. Un poder creador de armonía, que sobrecoge a sus discípulos. Y que nos permite descubrir que antes, Él duerme porque confía en el Padre, que hace presente en el mundo su Reino, su Vida, como semilla que crece también durante la noche y en la oscuridad.

Pablo, en la segunda carta a los Corintios, nos ofrece una nueva perspectiva sobre nuestras vidas (y también para este relato): nos afecta la entrega de Cristo. No puede ser como si Cristo no hubiera pasado por nosotros, porque estábamos perdidos, si Él no nos hubiera salvado. Estamos tocados por un amor que nos mueve a no vivir para nosotros mismos, sino para El, que nos ofrece nueva vida en su Resurrección y nos lleva a mirar todo de una forma nueva.

Es también una travesía “a otras orillas”. Como los discípulos, que están sobrecogidos pero aún no tienen fe plena, también podemos encontrar noches y tempestades, y momentos en que Dios parece “dormido”. Si nuestra confianza parece quebrarse ante las dificultades, siempre podemos acudir a Él. Orar, aunque a veces casi no sepamos cómo. El que respondió a la queja amarga de Job y a la llamada intempestiva de los discípulos, también nos irá revelando su capacidad de serenar las aguas, nos irá guiando para abandonar los miedos y crecer en la fe.    

Yo he conocido algunas almas, y aun creo que puedo decir hartas, (…) probarlos su Majestad en cosas no muy grandes, y andar con tanta inquietud y apretamiento de corazón, que a mí me traían temerosa. (…) muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria y aparta un poco su favor, que no es menester más, para que nos conozcamos bien presto. (…). Procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya. Y si no hemos llegado aquí, como he dicho: humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos. (…)

Teresa de Jesús, El Castillo Interior, III, 2,2.6


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sábado, 15 de junio de 2024

"El Reino de Dios... la semilla germina y va creciendo…" (Mc 4, 26-34)


Hoy, comenzamos a escuchar, en el Evangelio de Marcos, las enseñanzas de Jesús. Palabras que hablan del  Reino (o reinado) de Dios. Es lo que anuncian las curaciones y signos que Él está haciendo; es el proyecto para el que llama a sus discípulos, y por el que Él dará su propia vida.

Jesús lo expone  con parábolas, imágenes sencillas y sugerentes, abiertas. El conocimiento de Dios no es una ciencia compleja, reservada a los “sabios y entendidos” (Mt 11, 25), porque Dios está cercano a la vida y sus realidades cotidianas. A la vez, es algo que no cabe en conceptos: podemos describir algo de cómo es y actúa (“se parece a…”) pero no podemos abarcarlo en una definición, porque es siempre mayor. Por otra parte, nos dice Marcos que “a sus discípulos les explicaba todo en privado”. Jesús predica el Reino a todos, con palabras adaptadas a su capacidad de entender. Y enseña de manera más honda a aquéllos que lo siguen, que comparten con Él vida y camino.

Imágenes que hablan de un proceso de crecimiento, desde lo pequeño, que llega a dar fruto. La semilla (anteriormente se ha comparado con la Palabra de Dios) que un hombre ha sembrado, germina y crece por sí sola, hasta dar fruto. Cabe recordar aquí lo que una vez dijo Pablo: “Yo planté, Apolo regó, pero es Dios quien ha dado el crecimiento” (1 Cor 3, 6-9).

Por su parte, el grano de mostaza, que parecía insignificante, crece hasta hacerse mayor que las demás hortalizas, y echar ramas capaces de cobijar la vida. Esta vez, Jesús no utiliza la imagen de un árbol magnífico, como los cedros del Líbano a los que se refiere Ezequiel (en la lectura que hoy escuchamos) para hablar de cómo Dios restauraría a Israel, sino de algo que sigue siendo humilde: un arbusto, pero con capacidad de ofrecer una sombra donde otros pueden anidar. Se abre, a la vez, una perspectiva de acogida, de universalidad.

Imágenes que nos invitan a la esperanza. Se nos ha confiado una semilla que puede parecer pequeña, pero dará fruto. Y aunque estamos llamados a trabajar (precede a esta parábola la del sembrador, que habla de las tierras en que puede o no puede crecer la semilla), no todo depende de nuestros planes, proyectos, criterios de eficacia. La vida de Dios se abre camino, sin que sepamos cómo. Y nuestras comunidades, aunque sean humildes como arbustos, son signo de Dios capaces de ofrecer amparo.

El salmo nos ofrece otra perspectiva de lectura: nuestra propia vida, abierta a Dios (el justo, el que “se ajusta” a Dios) puede ser esa realidad que él va haciendo crecer, de día y de noche, hasta dar fruto.

Otras veces, viene aquí un texto de algún santo, para ilustrar el Evangelio. Hoy es un hecho que he vivido: 
Hace tres o cuatro días, me llamó un amigo camerunés. Lo conocí hace 18 años, cuando era un inmigrante sin papeles, que había dormido varias noches en el pasadizo de la Pza. España –aquél que se clausuró después de que, un invierno, murieran en él uno o dos indigentes-, y acababa de ser acogido en un piso de Cruz Roja. Él pasó, antes y después de eso, múltiples penalidades: la travesía por el desierto, las noches de calabozo, en Madrid, cuando lo detenían por no tener papeles… Por fin, consiguió poner en regla su documentación, ha encontrado trabajo y se ha instalado en Francia, con la familia que ha formado. Y ahora, me comentaba que ha acogido en su casa a un inmigrante que no tenía dónde ir. Y me decía: “antes me han ayudado a mí. Ahora yo puedo ayudar a otros".




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domingo, 9 de junio de 2024

"Estos son mi madre y mis hermanos" (Mc 3, 20-35)

 


Este domingo retomamos la lectura continuada del Evangelio según S. Marcos. Las fiestas pasadas han hecho que “saltemos” tres episodios: la curación de un paralítico, y las discusiones de Jesús con los escribas y fariseos a causa del ayuno y del sábado. Desde el principio, Jesús se aleja de una interpretación de la Ley centrada en cumplimientos, y pone en el centro a las personas. Y manifiesta el poder de Dios liberando a las personas del poder del mal (ése es el sentido fundamental de las curaciones de endemoniados).

Hoy encontramos a Jesús entre dificultades. Dicen de Él que está “fuera de sí”: trastornado (o tal vez, en aquella mentalidad, dominado por un espíritu). Y vienen escribas desde Jerusalén para condenarlo como endemoniado e instrumento de los demonios. Hasta su misma familia va a intentar retirarlo de su misión y reconducirlo a la vida doméstica.

Jesús enfrenta la situación con radicalidad y serenidad a la vez:

-  Por un lado, no se deja manipular por su familia, aunque, para hacer más fuerza, hayan llevado a su propia madre. Y frente a unas tradiciones familiares que (como en este caso) podían convertirse en una atadura, sienta las bases de una nueva familia, que, como el propio Jesús, reconoce como Padre a Dios y busca su voluntad (Jn 15, 12-13). Una voluntad que se expresa en el mandamiento del amor, y que abre caminos de vida para las personas, como se ve en el actuar de Jesús. Una voluntad de vida y amor que se ofrece a todos.

 - Por eso, a los mismos que condenan a Jesús, Él “los invitó a acercarse”, y para intentar hacerles comprender, empieza a hablar en parábolas, como luego hará en la predicación a todos. Les advierte de que, con esa actitud de “no querer ver”, de denigrar los gestos de salvación que se les ofrecen, ellos mismos se cierran al perdón y a la vida. Porque lo que se está manifestando en las obras de Jesús, es que el amor de Dios es más fuerte que el mal. Y se ofrece de manera total: “todo se les podrá perdonar a los hombres”.

Pablo, en su carta a los Corintios, se sitúa en esa experiencia y esperanza del amor de Dios, siempre más fuerte. Él está pasando por la tribulación, por situaciones de pérdida en que siente cómo “el hombre exterior se va desmoronando”. Pero ve más hondo, “sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús”, y que, en medio de esas situaciones difíciles, Dios está construyendo una nueva realidad, está haciendo llegar su amor y su vida a la comunidad por la que él se desvive, y a él mismo: “Todo es para vuestro bien”.

“Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22,37.39; Mc 12,30) (…) ¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!,  porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23), y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo. Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos (Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf. Mt 5,16)”.
      S. Francisco de Asís, Carta a los fieles, 1


Anotación sobre los "hermanos de Jesús

Aparecen en este pasaje del evangelio los “hermanos de Jesús”, que han hecho a algunos pensar que María tuvo más hijos. Hay que aclarar que en algunas lenguas (como el arameo) se usa el término “hermano” para designar también a los primos y otros parientes. Mc 6,10 (y Mt 13,55) identifica a algunos de estos hermanos: Joset, Judas y Simón. Y en el relato de la cruz, nos dice quien era su madre, otra de las mujeres que estaban al pie de la cruz: “María la madre de Santiago el menor y de Joset” (Mc 16,1. Mt 27, 56).

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sábado, 1 de junio de 2024

“Tomad, esto es mi cuerpo” (Mc 14, 12-16.22-26)

 


La fiesta de la Santísima Trinidad “recapitulaba” todo lo que hemos celebrado en la Pascua, ayudándonos a descubrir cómo es este Dios que se revela en ella, para que entremos en relación con Él. La fiesta del Corpus Christi nos recuerda que en la Eucaristía se hace presente todo este acontecimiento: la entrega de Jesús por nosotros, que nos salva y nos da Vida Nueva. Se hace presente vida entregada hasta la Cruz. En esa entrega del Hijo, es el mismo Dios quien hace alianza con nosotros. Y la Eucaristía celebra ese vínculo, y nos ayuda a “entrar” en Él, para vivirlo

Antaño, Dios hizo alianza con los hebreos, liberándolos de la esclavitud y constituyéndolos como pueblo, su Pueblo. La sangre (símbolo de vida) derramada sobre el altar (en nombre de Dios) y sobre el pueblo, vinculaba a Dios que liberó y protegía al pueblo, con Israel, que se comprometía a obedecerle, siguiendo sus mandamientos.

La carta a los Hebreos, utilizando el lenguaje y las imágenes del culto de los sacrificios antiguos, nos dice que todo aquello era como una preparación, un anuncio de la “nueva alianza”. Una alianza no se limita a una serie de cláusulas, sino que abarca toda la vida. Porque Dios, en Jesús, comparte su vida con nosotros y se nos entrega totalmente.

La vida de Jesús se ha ido entregando, como pan que alimenta, día a día (sanando, enseñando, transmitiendo el amor del Padre…), hasta partirse en la cruz. Esa vida es “la sangre de la nueva alianza”: vida derramada, entregada. Que nos revela cómo Dios quiere compartir su Vida con nosotros. Y Jesús nos invita a recibirla, a asimilarla. A recibirle a Él mismo. A aceptar este amor y abrirnos a Él. A vivir desde El.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, ahí está, presente, la vida de Jesús entregada hasta la Cruz, y vivimos el encuentro con Jesús, el Resucitado, que nos transmite su Espíritu y su relación con el Padre. Es, siempre, más de lo que somos capaces de percibir y pensar. Algo que, poco a poco, estamos llamados a asimilar y a hacer vida. “Haced esto en memoria mía” se refiere a celebrar la Eucaristía y a vivir cuanto la Eucaristía significa: el camino de fe y confianza de Jesús, y el mandato del amor fraterno, que hace concreto el amor a Dios en el amor al otro, en la solicitud hacia el otro, que descubrimos como hermano. Por eso, hoy es el día de Cáritas.



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