domingo, 26 de noviembre de 2023

"Heredad el reino..." (Mt 25, 31-46)

 


Terminamos el año litúrgico mirando a Cristo, como Señor de la Historia, Rey del Universo. 

La figura del rey, en el Antiguo Testamento está relacionada con la esperanza de justicia, de paz, de unidad, que el rey, ungido por Dios, había de instaurar. Cuando la Iglesia retoma esta imagen, recoge esta esperanza, y la abre a sentidos nuevos y más amplios, que descubre en Jesucristo resucitado. Él ha vencido al mal y a la muerte. Aunque el rumbo de la historia parezca a veces incierto,  Él es quien tiene la última palabra sobre el mundo, y nuestra vida. 

Hoy, la liturgia une dos imágenes: la del rey y la del pastor. Cristo reina cuidando, como buen pastor que apacienta y ofrece reposo, que busca a la oveja perdida y fortalece a la enferma. Más aún, Cristo reina, como nos dice hoy S. Pablo (1 Cor 15, 20-26), vivificando, dando vida. Las señales de su reinado son la sanación, la recuperación de la dignidad, la vida en abundancia.

Cristo reina acompañando con su bondad y misericordia a cada persona, compartiendo nuestro caminar. Para dar vida, Él ha dado su vida. Para conducirnos, se ha hecho uno de nosotros, uno con nosotros. 

Y nos pide que le respondamos y reconozcamos desde esa misericordia y esa cercanía a cada hombre, y especialmente al que está más necesitado de su reinado (de sanación, de dignidad, de vida).

Esa respuesta es lo que más importa ante la mirada de Dios. Es lo que define nuestra vida. En el Evangelio que hoy escuchamos, el juicio abarca a "todas las naciones", alcanza a todo ser humano. Y no se centra en preceptos de una religión, cultura o una sociedad, sino en algo más radical, la apertura ante los necesitados o la falta de respuesta (tal vez por indiferencia o por cerrazón). Desde aquí podemos también entender las llamadas de los domingos anteriores, a mantener encendidas las lámparas, y a hacer fructificar los talentos recibidos. Muchas veces nuestra moral se ha fijado con frecuencia en lo que no hay que hacer. Sin embargo, Jesús subraya, sobre todo, lo que podemos hacer, y ello como respuesta a situaciones humanas reales, concretas. 

El Evangelio habla, además, de sorpresa. Y es que la trascendencia que pueden tener nuestros gestos y acciones es algo que escapa a nuestro cálculo.

Todo esto no hace de menos el valor de las prácticas religiosas, sino que orienta su sentido: la oración, los sacramentos, la fe... nos llevan al encuentro con Dios, que nos cuida con amor, y que también se hace presente en cada persona que necesita misericordia. Muestran su autenticidad en que nos humanizan, nos ayudan a vivir como personas, como hijos de Dios, a abrirnos a su amor, para experimentarlo, y a vivirlo hacia los demás. 

¿Cómo vivo yo ese reinado de Dios en mi vida, ese Reino que pido en el Padre Nuestro? ¿Cómo experimento ese señorío de Jesús que se expresa en que me busca, acompaña, cuida...? ¿Cómo puedo responder, a qué necesidades y personas concretas puedo acercarme, para encontrarme también ahí con Cristo?

A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado
           (San Juan de la Cruz, Dichos de Luz y Amor, 60)


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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