sábado, 22 de julio de 2023

"Dejadlos crecer juntos" (Mt 13, 24-30)


Jesús comienza a hablar en parábolas. La primera imagen era la del sembrador (evangelio del domingo pasado) que, a pesar de varios intentos fallidos (lo que cae en pedregal, zarzas, camino...) sigue sembrando, y consigue una cosecha extraordinaria. A ella le sigue la que hoy escuchamos. Ésta da cuenta de cómo conviven y se entremezclan el bien y el mal en el mundo. El trigo y la cizaña crecen juntos en el mundo. Y también en la Iglesia. Y en el corazón de cada uno. 

La imagen, y el sentido popular de los términos, es sugerente. La cizaña se ha convertido, para nosotros, en símbolo de la incitación a la división y discordia, la maledicencia y calumnia... La planta es parecida al trigo, y se puede confundir con él, además de que puede enredarse en sus raíces. Se distinguen en la siega, porque la espiga de la cizaña es prácticamente hueca (y por eso se mantiene erguida), mientras el trigo, lleno de fruto comestible, se inclina. Esto invita a pensar en actitudes que pueden tener apariencia religiosa pero no dan fruto (dice Pablo, en Gálatas 5, 22-23, que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,  humildad y dominio propio"), y que se delatan por su soberbia o por sembrar división. Como en otro lugar dice Jesús, "por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16)

Frente a la tentación justiciera de correr a arrancar la "cizaña", Jesús nos habla de un Dios paciente, que deja la oportunidad de crecer y de dar fruto. 

Y, de manera parecida a como la parábola del sembrador Mt 13, 4-9.18-23) nos llevaba a una reflexión sobre el tipo de tierra que somos cada uno (y qué habrá que hacer para convertirse en tierra buena, capaz de dar fruto), ésta nos invita a discernir cuidadosamente lo que va creciendo en nuestro corazón y en nuestra vida, para potenciar el crecimiento del "buen trigo", y dar fruto, y evitar el crecimiento de nuestras "cizañas" personales. 

"¡Oh hermanas mías!, no os aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que se acuesta muy sosegado habiendo muy bien cerrado sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa. Y ya sabéis que no hay peor ladrón, pues quedamos nosotras mismas, que si no se anda con gran cuidado y cada una (como en negocio más importante que todos) no se mira mucho en andar contradiciendo su voluntad, hay muchas cosas para quitar esta santa libertad de espíritu, que pueda volar a su Hacedor sin ir cargada de tierra y de plomo (...) Aquí puede entrar la verdadera humildad."
                   Teresa de Jesús, Camino de perfección, 10, 1.3


Lecturas (www.dominicos.org)

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