domingo, 30 de octubre de 2022

"Es necesario que hoy me quede en tu casa" (Lc 19, 1-10)

 

Demasiadas cosas impedían el encuentro de Zaqueo con Jesús. Como publicano, era, para todos, un pecador (Lc 19, 7). Además, era rico, y el mismo Jesús había dicho, poco antes, que "es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios" (Lc 18,25). Su corta estatura es apenas una imagen gráfica de sus pequeñez ante la multitud de dificultades que lo separaban de Jesús.  

Y, sin embargo, él quería verlo, y para ello no dudó en subirse a un árbol, como un chiquillo (Mt 18, 3-5).

Lo sorprendió la mirada de Jesús. Lo vio entre las ramas de aquél sicómoro. Lo vio, con aquel deseo que tenía de encontrarse con Jesús, perdido entre las contradicciones de su vida. Lo reconoció ("también este es hijo de Abraham" Lc 10, 9). En los ojos de Jesús se refleja la mirada de Dios, del Padre que lo conocía y lo buscaba, lo esperaba (Lc 15,20). 

Y Zaqueo, encontrado con Jesús, reacciona como el que encontró el tesoro escondido (Mt 19, 44), con la sabiduría que le faltó al joven rico. Supo ver la salvación, la vida plena que llegaba a su casa (Lc 18, 18-23). Puesto en pie, lleno de gozo, pone sus bienes a disposición de la misericordia que lo ha visitado para quedarse en su casa. Y es que, para Dios "nada hay imposible" (Lc 18, 27).

El Evangelio, hoy, nos habla de miradas, de un Dios que nos conoce y nos busca. De "bajar": bajar a nuestra realidad, a nuestro interior... De "ponerse en pie": levantarse de lo que nos hunde, nos paraliza...

¿Quieres ver a Jesús? ¿Cómo será para ti este "bajar"? ¿De qué precisas levantarte?


“Date prisa a bajar, porque es necesario que hoy me hospede en tu casa” (Lc 19,5). El Maestro repite sin descanso a nuestra alma esta palabra que un día dirigió a Zaqueo. “Date prisa a bajar”. Pero, ¿cuál es, entonces, esta bajada que Él exige de nosotros sino una entrada más profunda en nuestro abismo interior? Este acto no es “una separación exterior de las cosas exteriores” sino una “soledad del espíritu”, un desasimiento de todo lo que no es Dios.  .Esa vida interior no está reñida con las ocupaciones del mundo, pues “no es una separación exterior de las cosas externas, sino una soledad del espíritu”

                (Sta. Isabel de la Trinidad, El Cielo en la fe, 7)

"Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella; y si ella le envía a él sus amorosos deseos, que le son a él tan olorosos como la virgulica del humo que sale de las especias aromáticas de la mirra y del incienso (Cant 3,6), él a ella le envía el olor de sus ungüentos, con que la atrae y hace correr hacia éI (Cant 1,2-3), que son sus divinas inspiraciones y toques (...) hasta que venga en tan delicada y pura disposición, que merezca la unión de Dios y transformación sustancial en todas sus potencias.

                (San Juan de la Cruz, Llama de Amor Viva B,  3,28)


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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