domingo, 7 de marzo de 2021

"Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 24; Jn 2, 13-25)


Este año, la Cuaresma, en las primeras lecturas, nos trae la historia de la relación de Dios con su pueblo, a través de las distintas alianzas: la que hace con Noé, que abarca a la humanidad (Gn 9, 8-15), la que hace con Abraham (Gn 22), la que hace con el pueblo de Israel, en el Sinaí (que incluye el Decálogo que hoy escuchamos), a la que el pueblo será infiel, y los anuncios de una nueva Alianza. Dios se va revelando, y va estableciendo unos vínculos, que se van haciendo más profundos en una historia en la que, por una parte, aparece la debilidad de la respuesta humana, y por otra, la misericordia de Dios que no abandona, que se da con mayor generosidad cada vez. 

La Alianza definitiva llega en Jesús, donde Dios asume nuestra misma condición humana, para compartir con nosotros toda su Vida. Por eso, Jesús será el nuevo y verdadero Templo, el lugar donde nos encontramos verdaderamente con Dios, como alude el Evangelio ("El hablaba del templo de su cuerpo -de su persona-" Jn 2,21). La escena que contemplamos, en el relato de Juan, es el segundo signo que Jesús hace, después de haber ofrecido en Caná el vino nuevo y mejor (que sustituía al vino viejo y agotado de la antigua ley). 

El gesto de Jesús, en este caso, es una denuncia. Se refiere, en primer lugar, al hecho de que aquel templo destinado a ser morada de la gloria de Dios, se hubiera convertido en lugar de mercado (y el más importante centro de poder y de economía del país). Pero apunta más allá: alcanza la tendencia que tenemos, siempre, de convertir la relación con Dios en un "mercadeo" de ofrendas y favores, un "te doy  esto para que me des aquello". La Nueva Alianza que Jesús trae tiene otro sabor: el de la gratuidad, el del amor incondicional de Dios y la confianza de la persona que se abre sin reservas, para vivir desde Él.  

En el mundo que vivimos, esta propuesta, como dice Pablo (1 Cor 22-25), puede parecer una escandalosa locura, muy lejos de la religiosidad judaica (y sus signos de identidad que le aseguraban ser "Pueblo de Dios") y de la sabiduría pagana que de los que se intentan asegurar en sus propios medios (éxito, dinero, poder...). Es el riesgo de la confianza y del amor, que llevaron a Jesús a la Cruz. Pero en Él es donde encontramos, la sabiduría y fuerza verdaderas. La Vida.

El gesto de Jesús en el Templo, tan chocante, nos sigue interpelando. Nos pregunta por lo que hay en nosotros (Jn 2, 25), por nuestras actitudes profundas y vitales ante él, ante la vida. 




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